El último eslogan
de Coca-Cola de esta Navidad ha sido éste. Haz feliz a alguien, decían, y en la
radio podíamos escuchar a una abuela agradeciendo a su nieto que comiera sin
rechistar la cena que nunca le gustaba, a una amiga agradeciendo a la otra que
se pusiera el jersey que le regaló, aunque lo odiara; y en la televisión
veíamos escenas parecidas, donde, como bien comentaba el anuncio, “hacer feliz
a alguien no cuesta nada.”
Y yo me pregunto:
¿y si hiciéramos de ese eslogan publicitario (Coca-cola siempre nos toca la
fibra sensible con sus anuncios, quién puede haber olvidado, por ejemplo, aquel
que decía: para los altos, para los bajos, para todos…) nuestra forma de vida?
¿Y si cada mañana nos levantáramos con el único propósito de hacer feliz a
alguien? Alguno de vosotros pensará que qué clase de propósito es ese, que
todos deberíamos proponernos ser felices nosotros mismos pero… ¿acaso hacer
feliz a los demás no es el mejor modo de ser nosotros felices? ¿Acaso ser la
causa de una sonrisa no es la causa de la nuestra? Yo soy muy consciente de
eso. Creo que el ser humano es egoísta hasta en el más generoso de sus actos
porque, aún sin buscar jamás recompensa tangible alguna, siempre buscamos,
mínimamente, el agradecimiento de aquellos por los que hacemos algo y ese egoísmo
es para mí generoso, porque compartir una sonrisa tampoco cuesta nada y puede
aportar tantísimo…
¿Qué sería del
mundo si nos dedicáramos todos y cada uno de nosotros en hacer feliz a alguien?
No sería tan complicado, no sería tan excesivo. Se trata, tan sólo, de dar los
buenos días con una sonrisa a la persona que nos espera en el ascensor. De dar
las gracias con alegría a esa empleada de la tienda que nos ha tratado con
amabilidad. De abrazar a ese amigo que vimos ayer pero que nos alegra contar
con él cada día. De regalar nuestros besos más sinceros a las personas que se
lo merecen, de ser capaz de agradecer los pequeños gestos que tienen hacia
nosotros, de poder tener esos pequeños gestos con las personas que nos rodean.
Escribir un mensaje (me da igual la forma o el medio) a una persona que
estimamos y que la distancia y el tiempo no nos permite tener a nuestra vera,
recordar constantemente a la gente que nos rodea y nos importa precisamente
eso, que nos importa, que sin ellos las cosas no serían iguales, que son una
parte fundamental de nuestras vidas. Decir te quiero alto y sin miedo al amor
de nuestras vidas, sí, pero también a nuestra familia, a nuestros amigos, a la
gente a la que queremos, porque se puede querer a tanta gente a la vez y de tan
distintas formas…
Y, poco a poco,
cada día, ir siendo felices nosotros mismos con esos aportes de felicidad
ajena, sentirnos bien con nosotros mismos, dejar atrás los sentimientos
negativos que no nos llevan a ninguna parte y aferrarnos a esos pequeños
momentos de positividad que nos lo dan todo.
Hacer feliz a
alguien y ser felices nosotros. Quizás entonces podamos acostarnos con una
enorme sonrisa en los labios y la sensación de que ha merecido la pena.
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