miércoles, 1 de junio de 2016

Te odio... porque te amo.

Te odio. Te odio, porque cuando me encontraste yo era una persona totalmente independiente, capaz de vivir a gusto conmigo misma, haciendo siempre lo que me apetecía, con quien y cuando me apetecía. Ahora sólo soy una persona dependiente de ti y de tus gestos, que sonríe absurda si me tocas, si me miras, si me sonríes… Que con un solo mensaje o llamada me alegras el día.

Te odio, porque cuando nuestra historia aún era sólo una amistad yo salía y entraba sin preguntar, y disfrutaba independientemente de quien viniera o no a la cita. Ahora, si tú no estás, todo pierde su sentido. El plan más interesante ya no me atrae si tú no puedes incluirte en él. Sigo haciendo cosas sin ti, claro está, pero… te echo en falta en todas y cada una de ellas.

Te odio porque antes de ti amaba la noche y trasnochar, sin tener prisas en la mañana para despertarme. Nunca era demasiado tarde, nunca era hora de acostarse. Ahora cuento los minutos que quedan para ir a la cama… contigo.

Te odio porque hasta ti una cama solo mía era un regalo. Y cuanto más grande, mejor. Había compartido ese pequeño espacio íntimo muchas veces y nunca me había parecido nada especial. Es más, se me antojaba incómodo. Dormir sola era poder moverme, estirarme y hacer lo que quisiera sin más. Dormir con alguien era tener en cuenta que ya no era solo yo y despertar cada instante preocupada por si mis movimientos eran molestos. Ahora, mi dulce cama se me hace eterna, mida 150 o tan sólo 90 cms. Lo que antes me parecía incómodo ahora es casi una necesidad. Sentir tu abrazo cuando me acuesto, aunque sólo sea unos minutos. Saber que en mitad de la noche nuestras manos se enlazarán casi sin buscarse. Darte la espalda y sentir tu brazo rodeando mi cuerpo. Soñar contigo y despertar… a tu lado. Y si al amanecer tú te marchas, abarco el espacio vacío y me acurruco en un último sueño del que despierto sintiendo que, sin ti, sobran demasiados centímetros.

Te odio porque ese yo que construí durante tantos meses se ha convertido en un nosotros continuo. Porque ya no sólo importa lo que yo quiero, también he de tener en cuenta lo que tú necesites. Y no, no es una obligación, es algo que hago por gusto y, quizás por eso te odio aún más. Has conseguido que sea mi voluntad la tuya propia, tus objetivos los míos, tu felicidad… parte importante de la mía.


Me has cambiado. En esencia sigo siendo yo pero… soy tuya. Es por eso que precisamente te odio tanto. Y es que, quizás, te odio sea la manera más sincera de decir cuánto te amo. 

Sinceramente... me encanta "odiarte."