Te odio. Te odio, porque
cuando me encontraste yo era una persona totalmente independiente, capaz de
vivir a gusto conmigo misma, haciendo siempre lo que me apetecía, con quien y
cuando me apetecía. Ahora sólo soy una persona dependiente de ti y de tus
gestos, que sonríe absurda si me tocas, si me miras, si me sonríes… Que con un
solo mensaje o llamada me alegras el día.
Te odio, porque cuando
nuestra historia aún era sólo una amistad yo salía y entraba sin preguntar, y
disfrutaba independientemente de quien viniera o no a la cita. Ahora, si tú no
estás, todo pierde su sentido. El plan más interesante ya no me atrae si tú no
puedes incluirte en él. Sigo haciendo cosas sin ti, claro está, pero… te echo
en falta en todas y cada una de ellas.
Te odio porque antes de
ti amaba la noche y trasnochar, sin tener prisas en la mañana para despertarme.
Nunca era demasiado tarde, nunca era hora de acostarse. Ahora cuento los
minutos que quedan para ir a la cama… contigo.
Te odio porque hasta ti
una cama solo mía era un regalo. Y cuanto más grande, mejor. Había compartido
ese pequeño espacio íntimo muchas veces y nunca me había parecido nada
especial. Es más, se me antojaba incómodo. Dormir sola era poder moverme,
estirarme y hacer lo que quisiera sin más. Dormir con alguien era tener en
cuenta que ya no era solo yo y despertar cada instante preocupada por si mis
movimientos eran molestos. Ahora, mi dulce cama se me hace eterna, mida 150 o
tan sólo 90 cms. Lo que antes me parecía incómodo ahora es casi una necesidad.
Sentir tu abrazo cuando me acuesto, aunque sólo sea unos minutos. Saber que en
mitad de la noche nuestras manos se enlazarán casi sin buscarse. Darte la
espalda y sentir tu brazo rodeando mi cuerpo. Soñar contigo y despertar… a tu
lado. Y si al amanecer tú te marchas, abarco el espacio vacío y me acurruco en
un último sueño del que despierto sintiendo que, sin ti, sobran demasiados
centímetros.
Te odio porque ese yo que
construí durante tantos meses se ha conv ertido en un nosotros continuo. Porque
ya no sólo importa lo que yo quiero, también he de tener en cuenta lo que tú
necesites. Y no, no es una obligación, es algo que hago por gusto y, quizás por
eso te odio aún más. Has conseguido que sea mi voluntad la tuya propia, tus
objetivos los míos, tu felicidad… parte importante de la mía.
Me has cambiado. En
esencia sigo siendo yo pero… soy tuya. Es por eso que precisamente te odio
tanto. Y es que, quizás, te odio sea la manera más sincera de decir cuánto te
amo.
Sinceramente... me encanta "odiarte."
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