jueves, 19 de marzo de 2015

FELICIDADES PAPÁ

Padre, papá, papi... y otros tantos nombres más personales que cada uno otorga a esa figura que no siempre aparece valorada como debiera pero que, sin duda, es uno de los pilares fundamentales de nuestras vidas (al menos, las de aquellos que tenemos la suerte de poder disfrutar de él). 

Las sociedades, que siempre han sido eminentemente patriarcas, deberían haber ensalzado esta figura de la familia y, sin embargo, creo que nunca le han hecho mucho bien. El padre ha aparecido siempre como esa persona ajena y distante que trabajaba fuera de casa, que salía pronto y regresaba tarde y que se limitaba a poner las normas y a imponer castigos si éstas no se cumplían. El que mandaba, sí, el que "llevaba los pantalones", sí, pero una figura siempre fría y poco cariñosa, apenas implicada en la educación de los hijos, apenas implicada en nada que tuviera que ver con las cuatro paredes del hogar.
La sociedad ha evolucionado, sí, ahora hombres y mujeres somos iguales (o se intenta), ahora ambos trabajan fuera de casa y, sin embargo, el padre no ha recuperado ningún lugar en la casa. Muchas mujeres dirán que son ellos los que lo prefieren así, y puede ser, pero tal vez tampoco se le está dando la oportunidad o el valor que se requerirían para ello. Soy consciente de que el instinto maternal suele ser, en líneas generales (siempre hay excepciones) mucho mayor que el de los hombres, e intuyo una gran carga biológica en esto (al fin y al cabo, somos nosotras las que vamos a llevar al bebé dentro, las que les haremos un espacio en nuestro cuerpo y, sobre todo, las que tendremos que darle de comer durante los primeros meses de su vida, así que no deja de ser natural que exista un vínculo muy diferente al paterno-filial). 

Sin embargo, ¿es que los padres no quieren a sus hijos igual? He visto a padres llorar al ver nacer a sus hijos, he visto el brillo en sus miradas, el orgullo en su voz al hablar de esa pequeña criaturita que forma parte de ellos. No lo han parido, pero son suyos igualmente. Y puede que muchos padres sigan remoloneando a la hora de levantarse en mitad de la noche, o que no sean los primeros en abrir los ojos cuando el bebé lora, pero puede que otros muchos sí. 

Sea como sea, hoy es el día del padre y quería hacer un homenaje a esos padres que realmente sí necesitan tener un papel importante en su familia. Ser mucho más que la figura de autoridad, ser la otra mitad de su hijo. Padres que te enseñan a montar en bici y a freír un huevo (por qué vamos a diferenciar tareas hoy en día). Padres que te preguntan por tus deberes y se sientan a ayudarte con ellos (sí, mamás, hay padres que lo hacen). Padres que acuden con sus mujeres (o sin ellas, el matrimonio no es condición sine qua non para ser papá) a hablar al colegio conmigo sobre sus hijos, padres a los que he visto incluso más implicados que a las madres. Padres que te alzan en sus brazos y te hacen creer invencible. Padres que te aúpan a hombros y te hacen sentir enorme. Padres en los que confías como si pudieran arreglar cualquier problema. Padres que confían tanto en ti que te prestan su coche al día siguiente de que te saques el carnet. Padres que irán allí donde los necesites, sin importar la distancia o la hora que sea. Padres que te verán crecer con miedo, siempre algo más ajenos a las realidades de tu vida que la madre, una figura mucho más abierta a conocer tu versión adulta, sobre todo si eres una mujer. 

Padres que, pese a todo, sonreirán a ese chico que aparece un día en casa y agarra,
tímidamente, tu mano, porque pese a que parece que no, ellos lo único que quieren es que seas feliz y, si ese chico te mira con cariño y ternura, para ellos es suficiente. Padres que se emocionarán cuando te gradúes en la universidad. Padres que seguirán siendo tu mejor banco si necesitas un préstamo a lo largo de tu vida y que jamás te cobrarán intereses (a veces, incluso, ni siquiera te cobrarán esa deuda). 

Padres que te acompañarán al altar (si tienen hijas) pensando que ese otro hombre en tu vida ocupa todo tu corazón, olvidando, tal vez, que el primer hombre de tu vida fueron ellos y siempre serán algo más especial. Padres que ahora pueden ser dos o ninguno, porque haya dos madres, pero igualmente queda patente su figura.

Padres… ese otro espejo en el que muchos tenemos la suerte de poder mirarnos cada día, viendo un reflejo completamente distinto al de la madre, cuya figura nunca se ha puesto en duda. Padres… Este es vuestro día y es fundamental que nos deshagamos de las ideas preconcebidas que nos persiguen desde antaño. Es necesario que tengáis derecho a ser parte de esa familia que, sin vosotros, no sería posible. Es justo que tengáis los mismos derechos y deberes que la otra parte que ayudó a formar a esa pequeña criatura y a caminar en este largo y complejo sendero llamado vida.

Padres, hoy es vuestro día y no podía dejarlo pasar sin felicitaros. Sobre todo, al mío, que siempre será ese héroe que todo lo podía (y que todo lo arreglaba, eso sin duda no ha cambiado) al que más quise, quiero y querré, aunque apenas se lo diga. Te quiero, papá.



PD. Dos pequeños poemas que escribí hace muchos años. Uno, dedicado especialmente a los padres que tienen hijas, a esa parte de la vida en que prefieren dejar de mirar y no asumir que ya no tienen niñas, sino mujeres. Otra, dedicada a la familia al completo, porque todos los miembros de mi pequeña familia se merecen, de cuando en cuando, un homenaje. Os quiero.

¿QUÉ TE PUEDO DECIR?

Hola mi héroe, ¿cómo te va todo?
No esperabas esto, o eso supongo,
no llegará a ti de ninguna manera,
pero es la explicación que sé que quisieras.

Me preguntas esperando silenciosas respuestas,
hablándole a la niña que antaño existiera.
Yo sonrío y prefiero del todo callarme,
pues sé que no quieres mis medias verdades.

Mírame, hace cuánto que no hablamos,
hace cuánto que no te preocupa con quién ando;
ahora conoces los nombres de todos mis amigos,
pero no quieres ni oír hablar de ninguno de mis líos.

No es que no escuches, es que te vas,
no sabes que existen, no te da igual;
simplemente eres ciego a esta dura realidad,,
te quedas con la parte de mí que se negó a madurar.

De vez en cuando te das cuenta de quién soy,
me miras y te preguntas dónde estoy;
sigo aquí, pero ya no soy la que piensas,
tiempo atrás dejé de creer en  princesas.

En esos momentos de lucidez me preguntas,
si aprendí a besar, si alguien me hizo suya;
pero qué vas a pedirme ahora, después de tanto,
no queda confianza para de todo esto confesarnos.

Tú examinas mis ojos en busca de huellas,
¿crees que vas a encontrar vestigios de quién me quiera?
No hay nada dentro de ellos, a veces ni siquiera amor,
el brillo que encuentras se debe sólo a la misma pasión.

¿Te asustas? Pues ya tú me dirás,
un beso en los labios es lo menos que sé dar;
ya no soy una niña, ya soy una mujer,
y ello conlleva por dentro crecer también.

Empiezas a percatarte de todo lo que pierdes,
de que hay tantas cosas de mí que ya no sientes;
me escapo de tus límites del conocimiento,
le preguntas a ella, pero guarda el secreto.

Es mi mejor amiga y mi confidente,
la que sabe de mi alma y hasta de mi mente;
tú eres su amor, la otra parte de ser feliz,
la que se aleja sin saber qué es de mí.

Míranos, ahora ¿qué quieres saber?
Estás en un camino del que no puedes volver;
yo muy atrás, muy lejos ya me quedé,
hay cosas en las que no puedes retroceder.

Conforme fui madurando, comenzamos a discrepar,
mis compañías, mi ropa, mi estilo de peinar;
dejaste de lado el evidente hecho de que
mis curvas fueran algo digno de ver.

Aprendí yo sola el arte de querer,
de entregarme completamente al placer;
erré muchas veces, y nunca te lo conté,
no sabrás de mis fallos, yo los olvidaré.

Mi cuerpo sintió el calor de otros cuerpos,
seguramente ninguno me recuerda de todos ellos.
¿Te sorprende? Hoy en día pondera el placer,
aunque tú ya sabes que yo suelo querer.

Hoy te has sentado mirando serio,
has preguntado algo extraño queriendo decir sexo;
¿de verdad quieres todo saberlo?
Ni siquiera crees que sepa qué es un beso.

Y dime, ¿qué te puedo decir?
¿Qué me han besado en los labios y…?
¿Que sé qué se siente cuando te acarician?
Si te digo que he sido deseo, ¿qué me dirías?

No te engañes, no insistas en que conteste,
necesitas saber, pero no es mi verdad la que quieres;
deseas que te diga que aún nadie tocó mi piel,
y la verdad es que tocaron mucho más de mi ser.

Piensas en mí y soy una desconocida,
vivo bajo tu techo aún , pero no soy esa niña;
supongo que eso es algo que ninguno aceptáis,
somos tan vuestros que a perdernos os negáis.

Y dime, ¿qué te puedo decir?
¿Que me han hecho ver el cielo sin moverme de aquí?
¿Que abracé el torso de algún hombre que me amó?
¿Que me entregué completamente con ardiente pasión?

Dime, ¿te lo puedo confesar?
¿Que he entregado mi alma, que me han hecho llorar?
¿Que mi cuerpo ha estado en manos de algunas manos?
¿Qué amé sin amar, que me enamoré, que me han dejado?

¿Aceptarías de verdad saber
si lo fuera, que me hicieron mujer?
¿Que otro hombre, similar a ti
estuvo dentro de mí?

Dime, ahora, amigo, ¿qué te puedo decir?
A ti, que no deseas mis verdades oír.
Que no estás dispuesto a aceptar lo que soy,
el sitio al que he llegado, el lugar al que voy.

Papá, dime, en serio, ¿qué te puedo decir?
Si te hablo de un chico y te da por reír…
Si parece que los odias, que los quieres lejos de mí,
si no aceptas que, hoy en día, sin ellos no sé vivir.

Papá, dime, de verdad, ¿qué te puedo decir?
No los quieres porque piensas que me apartarán de ti;
pero sus manos, mi héroe, son cariños diferentes,
serán más cortos, más largos; sólo tú eternamente.

Esta carta quedará para siempre aquí,
son cosas que, padre mío, no te puedo decir.
Sigue creyendo si quieres que nadie nunca me besó,
al fin y al cabo así lo cree también la niña de mi corazón.

ECHANDO DE MENOS

Llevo horas mirando este cuarto
que es el mío desde este año,
preguntándome dónde está su cama,
dónde sus juguetes y sus cosas raras .

Esta casa me es desconocida
aunque lleve meses siendo la mía;
siento que es tan fría la cocina,
porque ella aquí no hace su comida...

Siempre tengo para mí el ordenador,
y después de comer no veo la Dos;
está tan vacío este horrible salón,
sin esas radios enormes que él mismo armó.

Alguien me da un beso para dormir,
no es de mi familia, pero vive aquí;
y no puedo evitar acordarme
de cómo estarán en aquella otra parte.

Frente a esta pequeña televisión
sé que ella ve la novela, igual que yo;
mientras la espero veo los dibujos que
sé que el pequeño está viendo también.

Cuando termina me pongo a estudiar,
escuchando música sin poder olvidar
que aquel aparato me lo dio él
cuando sólo lo pedí una vez.

Las fundas horribles de estos sofás
no son azules, ni verdes, ni lo serán;
aún a veces me siento una extraña
estando en mi propia casa.

Qué curioso, quién me lo iba a decir,
que me sentiría tan sola, precisamente a mí,
que desde pequeña quería volar
lejos de casa, en busca de libertad...

Y ahora que vuelo me siento caer,
es mentira todo lo que quise creer;
la independencia tiene un precio que pagar,
en este caso es mi propia soledad...

Pongo la lavadora recordando sus consejos
de no mezclar jamás el blanco con el negro;
y sonrío cuando odio pensar
en todo lo que después tendré que planchar...

Cuando hay paella en la Facultad,
nunca la pido porque no puede igualar
a esa que él con cuatro cosas, no más
nos preparaba algun Domingo o Sábado especial.

Busco alguien que me robe los colores,
a veces yo misma los escondo en cajones;
de vez en cuando me vuelvo por si está
esperando para asustarme, sin ninguna maldad.

Tengo tantas ganas de volver,
quiero vivir allí, quiero poderos ver
cada mañana al alba despertar,
para animarme siempre a continuar.

Y si las fuerzas me fallan aquí,
no tengo a nadie a quién podérselo decir,
nadie que me comprenda y me ame así,
que me dé ánimos para siempre seguir.

Cada día hablo con mis amigas,
pero ella era diferente, era tan distinta;
también tengo al intruso en mi corazón,
pero tampoco es lo mismo que los otros dos.

Cada vez que ella me escribe un mensaje,
no puedo evitar llorar por un beso no poder darle;
es tan duro estar tan lejos de esas personas
que te dieron la vida y te la devuelven ahora.

Cuando él me trae y se tiene que marchar,
me da una lástima saber que más tarde no volverá;
y saber que en el fondo él también
lamenta el tiempo que no me va a ver.

Y aún es peor cuando su rostro inocente
me pregunta: “A ver cuándo vuelves”.
Y sé que me echará mucho de menos
aunque haga años que no me dice Te Quiero.

Tengo un calendario con su foto en mi cuarto,
y colgado un corazón que me hizo no hace tanto;
de ellos, unos bombones que no me quiero acabar,
y la fe que cada día uso para continuar.

Me hago la cena y tengo por compañía,
los ecos de la televisión, me falta la familia;
¿dónde están las charlas sobre el día?
Tal vez mis problemas hablando solucionaría.

Pero lo único que tengo es un salón,
los platos de comida, la tele y yo;
y aunque estando allí estuviera sola,
cuando realmente me siento así es ahora.

Y al levantarme, cada mañana temprano,
tengo un desayuno triste y solitario
en una cocina de luz mortecina,
con el ruido del frigo como compañía.

Nadie me ofrece el último helado como él,
que si te veía con ganas, te lo obligaba a comer;
ese último trozo también será para mí
porque no tengo a nadie para compartir.

Nadie me da un beso antes de ir a clase,
cuando voy a salir, no paso por ese examen
de preguntas como si llevo las llaves,
dinero, móvil, abrigo, y demás cosas importantes.

No hay dos personas que me digan dos veces
lo que tengo que hacer, lo que ellos quieren;
puedo salir y entrar de casa libremente,
y añoro a alguien que pregunte “a qué hora vuelves”.

Pero qué se le va a hacer, esto es así,
unos días aquí, y poquitos allí;
sin terminar de establecer dónde estás;
yo tengo claro cuál es mi hogar.

Nunca pensé que fuera tan duro esto
de vivir de vosotros tan lejos;
no sabéis cuánto os echo de menos,
ni cuánto de verdad os quiero.

Ahora ya os tengo que dejar,
mañana es otro día y he de madrugar;
me acostaré en una cama fría y sola,
sabiendo que ella no me echará la ropa.

Y él no vendrá con su incipiente barba
a darme un beso y decirme: “Hasta mañana”.
Ni escucharé la suave respiración
del chico que duerme en mi habitación.

Mas en mi memoria estará
cada momento para, en el fondo, pensar,
que todo eso sí que pasará,
que esta noche conmigo están.

Y que mi hermano junto a mí dormirá;
y que mi madre luego me arropará;
que mi padre me despertará,
que juntos vamos a desayunar.

No os preocupéis por mí, estoy bien,
estudiando mucho, como debe ser;
mañana hablamos, un abrazo, os quiero;
Vuestra hija y tu hermana, que os echa de menos.



jueves, 12 de marzo de 2015

SE LLAMA SEXO

Dicen del acto sexual que es el modo en que más cerca están un hombre de una mujer, aunque en estos tiempos habría que añadir una mujer y otra mujer o un hombre y otro hombre. Dicen que es una experiencia necesaria y que forma parte de nuestras vidas, marcando de un modo u otro las relaciones que se tienen con determinadas personas. Dicen también que existe sexo sin amor y amor sin sexo, pero que la combinación de ambos es el ideal de la felicidad y del pleno gozo. Pero, ¿qué ocurre cuando el sexo y el amor no se complementan? ¿Qué hay de cuando uno no completa al otro? ¿Qué ocurre si el sexo, en lugar de alimentar el amor, protagoniza con él una encarnizada batalla que, poco a poco, va apagándolo sin remedio?
Porque es cierto, puede haber sexo sin amor, sexo desenfrenado en una noche de pasión con personas a las que apenas conoces pero con las cuales compartes cada centímetro de tu piel por unos instantes. Y puede haber amor sin sexo, ese amor puro e idílico de los enamorados que comienzan, de aquellos que no son correspondidos, de los lejanos, de los incomprendidos. Pero, desde luego, la experiencia más completa es la combinación de ambas. Y también la más complicada.

¿No es el amor lo suficientemente complejo de por sí como para encima añadirle otro condimento? Jugamos a conquistarnos entre medias mentiras y verdades a medias que al final, acabamos por descubrir nosotros mismos. Moldeamos el carácter, nos arreglamos el pelo, combinamos mejor la ropa y dulcificamos la voz con tal de lograr nuestro objetivo: ser amados. Y cuando todo eso está conseguido, cuando el sentimiento os cala a los dos por igual, cuando a pesar de todo os sabéis enamorados, el sexo puede convertirse en el mejor modo de demostrarlo, uniéndoos más allá de la piel; o en la peor barrera. Tal vez por eso antes se llegaba virgen al matrimonio, para evitar problemas de este estilo hasta que ya fuera demasiado tarde como para “arrepentirse”. O tal vez por ello había tan pocas personas mayores que hicieran el amor una vez que tuviesen a su último hijo. El caso es que algo tan natural, tan sencillo y tan íntimo como el sexo, puede ser la mayor satisfacción del mundo… o el peor de los problemas.

Porque nos enamoramos de un carácter y no de un sexo. Nos enamoramos de un cariño constante, y no de un polvo rápido. Nos enamoramos de una persona y no de un cuerpo. Y, sin embargo, es tan fundamental que ese polvo sea bueno, es tan importante ese cuerpo, es tan necesario que se complemente con el tuyo, que sea parte de ti de un modo tan especial…

Dicen del sexo que tiene que ser tuyo, que tú pones las normas, que tú decides. Que hagas sólo aquello que desees hacer, que no dejes que te manipulen, que lo disfrutes tú, que valores tu cuerpo y, sobre todo, que te respetes y te hagas respetar. Pero olvidan un detalle fundamental en todo esto: el sexo lo hacen dos, y como par individual, no siempre se tienen las mismas aspiraciones y deseos. ¿Qué ocurre cuando tu pareja y tú buscáis cosas distintas en la cama? ¿Qué pasa si lo que tú quieres no lo desea la otra persona? ¿Y si la otra persona quiere algo que tú no deseas probar? Cuando las discrepancias surgen en cualquier otro plano, (ocio, tiempo libre, trabajo, niños, hogar…) la solución es clara: ambos ponen de su parte para contentar a la otra persona en la medida de lo posible, aunque ello conlleve sacrificar parte de lo que tú soñabas. Pero, ¿y en la cama? ¿Podemos llegar a la misma solución?

Lo sensato sería decir que sí. Pero el sexo no es sensato, por gracia o por desgracia. ¿Se puede llegar a un acuerdo? Sí, pero a un precio demasiado caro para ambos. Cuando en la pareja una persona desea algo que la otra no está dispuesta a hacer porque no lo disfruta, porque no se siente a gusto o, simplemente, porque no quiere, ¿cómo ceder ambos un poco? ¿Acaso existe ese “poco”? Tal vez se podría pensar que el que desea hacer algo que el otro no quiere debe “aguantarse”, pues seguro que habrá algo que él no quiera hacer y la otra persona sí y estarán “en paz”. Pero sería injusto, porque esa persona tiene derecho a disfrutar plenamente del sexo y tal vez ese deseo insatisfecho se lo impida para siempre. Puede pensarse entonces que es la otra persona la que debe ceder, pues mejor será que uno haga algo que no desea a que otro quede siempre con las ganas. Pero de nuevo sería injusto sacrificar la felicidad de uno por lograr la del otro. ¿Entonces? Volvemos a buscar el término medio, en el que ninguna de las dos personas queda satisfecha. Uno, por no lograr del todo lo que quiere. Otro, por tener que renunciar a parte de sus principios sexuales. Conclusión: Insatisfechos ambos. Y esta insatisfacción puede llevar (o lleva, irremediablemente), al fracaso en la cama y al fracaso, por tanto, de la pareja.
 
Es curioso. Es la parte menos comprometedora de todas, el sexo, el sexo que se puede tener con desconocidos sin más complicaciones, la piel con la piel, besos y algún que otro orgasmo; y sin embargo, pese a ello, puede ser definitivo en un pareja.

Definitivamente, no podemos decir que el sexo sea algo único de cada persona y, a la vez, es lo más íntimo y personal que tenemos. Y aunque sea un acto natural, el fin del mismo puede hacer que cambie mucho su importancia. Hacer el amor por el simple placer de hacerlo puede ser sencillo o hace que te enamores de alguien para siempre. Hacer el amor de verdad, como acto puro e íntimo de amor, puede hacer que te des cuenta de que necesitas algo más para sentirte satisfecho sexualmente, que algo no va bien en tu pareja, que hay que hacer un esfuerzo por lograr ese falso “medio” en el que ambos os sintáis a gusto.


Como todo lo humano, el sexo es complicado, y quien crea lo contrario es que no comprende realmente el significado que implica esta palabra. Sin embargo, nadie dijo que fuera fácil. Y no hay ciencia ni letra que desentrañe los caminos de esta práctica, precisamente porque es íntima y social a la vez. Lo que está claro es que desnudos no hay lugar para las mentiras y al compartir tu cuerpo con otra persona puede ocurrir que el corazón se una para siempre… o decida volar lejos de las pasiones banales en busca de algo mucho más etéreo e infinito…