Padre, papá, papi... y otros tantos nombres más personales que
cada uno otorga a esa figura que no siempre aparece valorada como debiera pero
que, sin duda, es uno de los pilares fundamentales de nuestras vidas (al menos,
las de aquellos que tenemos la suerte de poder disfrutar de él).
Las sociedades, que siempre han sido
eminentemente patriarcas, deberían haber ensalzado esta figura de la familia y,
sin embargo, creo que nunca le han hecho mucho bien. El padre ha aparecido
siempre como esa persona ajena y distante que trabajaba fuera de casa, que
salía pronto y regresaba tarde y que se limitaba a poner las normas y a imponer
castigos si éstas no se cumplían. El que mandaba, sí, el que "llevaba los
pantalones", sí, pero una figura siempre fría y poco cariñosa, apenas
implicada en la educación de los hijos, apenas implicada en nada que tuviera
que ver con las cuatro paredes del hogar.
La sociedad ha evolucionado, sí, ahora
hombres y mujeres somos iguales (o se intenta), ahora ambos trabajan fuera de
casa y, sin embargo, el padre no ha recuperado ningún lugar en la casa. Muchas
mujeres dirán que son ellos los que lo prefieren así, y puede ser, pero tal vez
tampoco se le está dando la oportunidad o el valor que se requerirían para
ello. Soy consciente de que el instinto maternal suele ser, en líneas generales
(siempre hay excepciones) mucho mayor que el de los hombres, e intuyo una gran
carga biológica en esto (al fin y al cabo, somos nosotras las que vamos a
llevar al bebé dentro, las que les haremos un espacio en nuestro cuerpo y,
sobre todo, las que tendremos que darle de comer durante los primeros meses de
su vida, así que no deja de ser natural que exista un vínculo muy diferente al
paterno-filial).
Sin embargo, ¿es que los padres no quieren a sus hijos igual? He visto a padres llorar al ver nacer a sus hijos, he visto el brillo en sus miradas, el orgullo en su voz al hablar de esa pequeña criaturita que forma parte de ellos. No lo han parido, pero son suyos igualmente. Y puede que muchos padres sigan remoloneando a la hora de levantarse en mitad de la noche, o que no sean los primeros en abrir los ojos cuando el bebé lora, pero puede que otros muchos sí.
Sin embargo, ¿es que los padres no quieren a sus hijos igual? He visto a padres llorar al ver nacer a sus hijos, he visto el brillo en sus miradas, el orgullo en su voz al hablar de esa pequeña criaturita que forma parte de ellos. No lo han parido, pero son suyos igualmente. Y puede que muchos padres sigan remoloneando a la hora de levantarse en mitad de la noche, o que no sean los primeros en abrir los ojos cuando el bebé lora, pero puede que otros muchos sí.
Sea como sea, hoy es el día del padre y
quería hacer un homenaje a esos padres que realmente sí necesitan tener un
papel importante en su familia. Ser mucho más que la figura de autoridad, ser
la otra mitad de su hijo. Padres que te enseñan a montar en bici y a freír un
huevo (por qué vamos a diferenciar tareas hoy en día). Padres que te preguntan
por tus deberes y se sientan a ayudarte con ellos (sí, mamás, hay padres que lo
hacen). Padres que acuden con sus mujeres (o sin ellas, el matrimonio no es
condición sine qua non para ser papá) a hablar al colegio conmigo sobre sus
hijos, padres a los que he visto incluso más implicados que a las madres. Padres que te alzan en sus brazos y te hacen creer invencible. Padres que te aúpan a hombros y te hacen sentir enorme. Padres en los que confías como si pudieran arreglar cualquier problema. Padres
que confían tanto en ti que te prestan su coche al día siguiente de que te
saques el carnet. Padres que irán allí donde los necesites, sin importar la
distancia o la hora que sea. Padres que te verán crecer con miedo, siempre algo
más ajenos a las realidades de tu vida que la madre, una figura mucho más
abierta a conocer tu versión adulta, sobre todo si eres una mujer.
Padres que, pese a todo, sonreirán a ese chico que aparece un día en casa y agarra,
tímidamente, tu mano, porque pese a que parece que no, ellos lo único que quieren es que seas feliz y, si ese chico te mira con cariño y ternura, para ellos es suficiente. Padres que se emocionarán cuando te gradúes en la universidad. Padres que seguirán siendo tu mejor banco si necesitas un préstamo a lo largo de tu vida y que jamás te cobrarán intereses (a veces, incluso, ni siquiera te cobrarán esa deuda).
Padres que te acompañarán al altar (si tienen hijas) pensando que ese otro hombre en tu vida ocupa todo tu corazón, olvidando, tal vez, que el primer hombre de tu vida fueron ellos y siempre serán algo más especial. Padres que ahora pueden ser dos o ninguno, porque haya dos madres, pero igualmente queda patente su figura.
Padres que, pese a todo, sonreirán a ese chico que aparece un día en casa y agarra,
tímidamente, tu mano, porque pese a que parece que no, ellos lo único que quieren es que seas feliz y, si ese chico te mira con cariño y ternura, para ellos es suficiente. Padres que se emocionarán cuando te gradúes en la universidad. Padres que seguirán siendo tu mejor banco si necesitas un préstamo a lo largo de tu vida y que jamás te cobrarán intereses (a veces, incluso, ni siquiera te cobrarán esa deuda).
Padres que te acompañarán al altar (si tienen hijas) pensando que ese otro hombre en tu vida ocupa todo tu corazón, olvidando, tal vez, que el primer hombre de tu vida fueron ellos y siempre serán algo más especial. Padres que ahora pueden ser dos o ninguno, porque haya dos madres, pero igualmente queda patente su figura.
Padres, hoy es vuestro día y no podía dejarlo pasar sin
felicitaros. Sobre todo, al mío, que siempre será ese héroe que todo lo podía
(y que todo lo arreglaba, eso sin duda no ha cambiado) al que más quise, quiero
y querré, aunque apenas se lo diga. Te quiero, papá.
¿QUÉ TE PUEDO DECIR?
Hola mi héroe, ¿cómo te va todo?
No esperabas esto, o eso supongo,
no llegará a ti de ninguna manera,
pero es la explicación que sé que quisieras.
Me preguntas esperando silenciosas respuestas,
hablándole a la niña que antaño existiera.
Yo sonrío y prefiero del todo callarme,
pues sé que no quieres mis medias verdades.
Mírame, hace cuánto que no hablamos,
hace cuánto que no te preocupa con quién ando;
ahora conoces los nombres de todos mis amigos,
pero no quieres ni oír hablar de ninguno de mis líos.
No es que no escuches, es que te vas,
no sabes que existen, no te da igual;
simplemente eres ciego a esta dura realidad,,
te quedas con la parte de mí que se negó a madurar.
De vez en cuando te das cuenta de quién soy,
me miras y te preguntas dónde estoy;
sigo aquí, pero ya no soy la que piensas,
tiempo atrás dejé de creer en princesas.
En esos momentos de lucidez me preguntas,
si aprendí a besar, si alguien me hizo suya;
pero qué vas a pedirme ahora, después de tanto,
no queda confianza para de todo esto confesarnos.
Tú examinas mis ojos en busca de huellas,
¿crees que vas a encontrar vestigios de quién me
quiera?
No hay nada dentro de ellos, a veces ni siquiera amor,
el brillo que encuentras se debe sólo a la misma
pasión.
¿Te asustas? Pues ya tú me dirás,
un beso en los labios es lo menos que sé dar;
ya no soy una niña, ya soy una mujer,
y ello conlleva por dentro crecer también.
Empiezas a percatarte de todo lo que pierdes,
de que hay tantas cosas de mí que ya no sientes;
me escapo de tus límites del conocimiento,
le preguntas a ella, pero guarda el secreto.
Es mi mejor amiga y mi confidente,
la que sabe de mi alma y hasta de mi mente;
tú eres su amor, la otra parte de ser feliz,
la que se aleja sin saber qué es de mí.
Míranos, ahora ¿qué quieres saber?
Estás en un camino del que no puedes volver;
yo muy atrás, muy lejos ya me quedé,
hay cosas en las que no puedes retroceder.
Conforme fui madurando, comenzamos a discrepar,
mis compañías, mi ropa, mi estilo de peinar;
dejaste de lado el evidente hecho de que
mis curvas fueran algo digno de ver.
Aprendí yo sola el arte de querer,
de entregarme completamente al placer;
erré muchas veces, y nunca te lo conté,
no sabrás de mis fallos, yo los olvidaré.
Mi cuerpo sintió el calor de otros cuerpos,
seguramente ninguno me recuerda de todos ellos.
¿Te sorprende? Hoy en día pondera el placer,
aunque tú ya sabes que yo suelo querer.
Hoy te has sentado mirando serio,
has preguntado algo extraño queriendo decir sexo;
¿de verdad quieres todo saberlo?
Ni siquiera crees que sepa qué es un beso.
Y dime, ¿qué te puedo decir?
¿Qué me han besado en los labios y…?
¿Que sé qué se siente cuando te acarician?
Si te digo que he sido deseo, ¿qué me dirías?
No te engañes, no insistas en que conteste,
necesitas saber, pero no es mi verdad la que quieres;
deseas que te diga que aún nadie tocó mi piel,
y la verdad es que tocaron mucho más de mi ser.
Piensas en mí y soy una desconocida,
vivo bajo tu techo aún , pero no soy esa niña;
supongo que eso es algo que ninguno aceptáis,
somos tan vuestros que a perdernos os negáis.
Y dime, ¿qué te puedo decir?
¿Que me han hecho ver el cielo sin moverme de aquí?
¿Que abracé el torso de algún hombre que me amó?
¿Que me entregué completamente con ardiente pasión?
Dime, ¿te lo puedo confesar?
¿Que he entregado mi alma, que me han hecho llorar?
¿Que mi cuerpo ha estado en manos de algunas manos?
¿Qué amé sin amar, que me enamoré, que me han dejado?
¿Aceptarías de verdad saber
si lo fuera, que me hicieron mujer?
¿Que otro hombre, similar a ti
estuvo dentro de mí?
Dime, ahora, amigo, ¿qué te puedo decir?
A ti, que no deseas mis verdades oír.
Que no estás dispuesto a aceptar lo que soy,
el sitio al que he llegado, el lugar al que voy.
Papá, dime, en serio, ¿qué te puedo decir?
Si te hablo de un chico y te da por reír…
Si parece que los odias, que los quieres lejos de mí,
si no aceptas que, hoy en día, sin ellos no sé vivir.
Papá, dime, de verdad, ¿qué te puedo decir?
No los quieres porque piensas que me apartarán de ti;
pero sus manos, mi héroe, son cariños diferentes,
serán más cortos, más largos; sólo tú eternamente.
Esta carta quedará para siempre aquí,
son cosas que, padre mío, no te puedo decir.
Sigue creyendo si quieres que nadie nunca me besó,
al fin y al cabo así lo cree también la niña de mi
corazón.
ECHANDO
DE MENOS
Llevo horas mirando este cuarto
que es el mío desde este año,
preguntándome dónde está su cama,
dónde sus juguetes y sus cosas raras .
Esta casa me es desconocida
aunque lleve meses siendo la mía;
siento que es tan fría la cocina,
porque ella aquí no hace su comida...
Siempre tengo para mí el ordenador,
y después de comer no veo la Dos;
está tan vacío este horrible salón,
sin esas radios enormes que él mismo armó.
Alguien me da un beso para dormir,
no es de mi familia, pero vive aquí;
y no puedo evitar acordarme
de cómo estarán en aquella otra parte.
Frente a esta pequeña televisión
sé que ella ve la novela, igual que yo;
mientras la espero veo los dibujos que
sé que el pequeño está viendo también.
Cuando termina me pongo a estudiar,
escuchando música sin poder olvidar
que aquel aparato me lo dio él
cuando sólo lo pedí una vez.
Las fundas horribles de estos sofás
no son azules, ni verdes, ni lo serán;
aún a veces me siento una extraña
estando en mi propia casa.
Qué curioso, quién me lo iba a decir,
que me sentiría tan sola, precisamente a
mí,
que desde pequeña quería volar
lejos de casa, en busca de libertad...
Y ahora que vuelo me siento caer,
es mentira todo lo que quise creer;
la independencia tiene un precio que pagar,
en este caso es mi propia soledad...
Pongo la lavadora recordando sus consejos
de no mezclar jamás el blanco con el negro;
y sonrío cuando odio pensar
en todo lo que después tendré que
planchar...
Cuando hay paella en la Facultad,
nunca la pido porque no puede igualar
a esa que él con cuatro cosas, no más
nos preparaba algun Domingo o Sábado
especial.
Busco alguien que me robe los colores,
a veces yo misma los escondo en cajones;
de vez en cuando me vuelvo por si está
esperando para asustarme, sin ninguna
maldad.
Tengo tantas ganas de volver,
quiero vivir allí, quiero poderos ver
cada mañana al alba despertar,
para animarme siempre a continuar.
Y si las fuerzas me fallan aquí,
no tengo a nadie a quién podérselo decir,
nadie que me comprenda y me ame así,
que me dé ánimos para siempre seguir.
Cada día hablo con mis amigas,
pero ella era diferente, era tan distinta;
también tengo al intruso en mi corazón,
pero tampoco es lo mismo que los otros dos.
Cada vez que ella me escribe un mensaje,
no puedo evitar llorar por un beso no poder
darle;
es tan duro estar tan lejos de esas
personas
que te dieron la vida y te la devuelven
ahora.
Cuando él me trae y se tiene que marchar,
me da una lástima saber que más tarde no
volverá;
y saber que en el fondo él también
lamenta el tiempo que no me va a ver.
Y aún es peor cuando su rostro inocente
me pregunta: “A ver cuándo vuelves”.
Y sé que me echará mucho de menos
aunque haga años que no me dice Te Quiero.
Tengo un calendario con su foto en mi
cuarto,
y colgado un corazón que me hizo no hace
tanto;
de ellos, unos bombones que no me quiero
acabar,
y la fe que cada día uso para continuar.
Me hago la cena y tengo por compañía,
los ecos de la televisión, me falta la
familia;
¿dónde están las charlas sobre el día?
Tal vez mis problemas hablando
solucionaría.
Pero lo único que tengo es un salón,
los platos de comida, la tele y yo;
y aunque estando allí estuviera sola,
cuando realmente me siento así es ahora.
Y al levantarme, cada mañana temprano,
tengo un desayuno triste y solitario
en una cocina de luz mortecina,
con el ruido del frigo como compañía.
Nadie me ofrece el último helado como él,
que si te veía con ganas, te lo obligaba a
comer;
ese último trozo también será para mí
porque no tengo a nadie para compartir.
Nadie me da un beso antes de ir a clase,
cuando voy a salir, no paso por ese examen
de preguntas como si llevo las llaves,
dinero, móvil, abrigo, y demás cosas
importantes.
No hay dos personas que me digan dos veces
lo que tengo que hacer, lo que ellos
quieren;
puedo salir y entrar de casa libremente,
y añoro a alguien que pregunte “a qué hora
vuelves”.
Pero qué se le va a hacer, esto es así,
unos días aquí, y poquitos allí;
sin terminar de establecer dónde estás;
yo tengo claro cuál es mi hogar.
Nunca pensé que fuera tan duro esto
de vivir de vosotros tan lejos;
no sabéis cuánto os echo de menos,
ni cuánto de verdad os quiero.
Ahora ya os tengo que dejar,
mañana es otro día y he de madrugar;
me acostaré en una cama fría y sola,
sabiendo que ella no me echará la ropa.
Y él no vendrá con su incipiente barba
a darme un beso y decirme: “Hasta mañana”.
Ni escucharé la suave respiración
del chico que duerme en mi habitación.
Mas en mi memoria estará
cada momento para, en el fondo, pensar,
que todo eso sí que pasará,
que esta noche conmigo están.
Y que mi hermano junto a mí dormirá;
y que mi madre luego me arropará;
que mi padre me despertará,
que juntos vamos a desayunar.
No os preocupéis por mí, estoy bien,
estudiando mucho, como debe ser;
mañana hablamos, un abrazo, os quiero;
Vuestra hija y tu hermana, que os echa de
menos.