El ser humano es el único ser vivo que conoce a la perfección la brevedad de su paso por este mundo, lo efímero de este caminar llamado vida; es el único ser vivo consciente de que todo puede terminar de un momento a otro y, sin embargo, también es el único capaz de dejar de hacer algo, de decir algo, de mostrar algo… para un mañana hipotético e inseguro, un mañana que, quizás, no exista.
Qué absurdo nuestro empeño en creernos dueños del tiempo…
Hablamos del futuro como lo que siempre estará ahí, abierto a todas las posibilidades
que nosotros queramos otorgarle. Soñamos, bien sea dormidos o despiertos, con
ser algo diferente a lo que somos ahora, con hacer cosas que ahora no podemos o
no queremos hacer, con conocer a ese alguien especial que cambiará nuestras
vidas para siempre. Desde pequeños parecemos destinados a construir nuestro
presente en post del futuro que deseamos, creando todo un mundo irreal en base
a nuestras expectativas: de mayor quiero ser… cuando tenga dinero voy a… quiero
que mis hijos sean… mi marido/mujer ideal serían… cuando crezca me gustaría… Y
así, dejamos que nuestras ilusiones nos vayan guiando, aunque vayan muriendo
poco a poco a base de realidades y nuestras expectativas vayan cambiando; ya no
querremos ser futbolistas o artistas famosos sino conseguir un trabajo en algo
que nos guste, esa hipotética casa con piscina propia y numerosas habitaciones
se convierte en un piso con una hipoteca que no nos asfixie demasiado, nos da
igual que nuestros hijos sean guapos o feos con tal de que nazcan sanos, de
nuestra pareja solo buscaremos que nos ame para siempre y sin condiciones,
aunque las arrugas vayan surcando poco a poco nuestra piel, aunque ya no
tengamos los encantos de la juventud que amábamos; y ya no habrá un cuando
crezca, porque habremos crecido y nos conformaremos con ser, simplemente,
felices.
Sin embargo, pese a que la realidad nos arrolla día a día con
las evidencias, seguimos soñando, porque ¿qué sería el ser humano sin
ilusiones?
El problema real no es esto, claro está. El problema es que
parece que confiamos en que el tiempo, como bien dice el dicho, lo ponga todo
en su lugar. Pero no es así, porque el tiempo sólo pasa y somos nosotros
quienes hemos de colocar el desorden que pueda protagonizar nuestras vidas. Mas,
cuando algo no va del todo bien, cuando nos falta algo, seguimos mirando más
allá de nuestro presente en busca de respuestas, en busca del consuelo que nos
falta: mañana será otro día, el tiempo todo lo cura… sin darnos cuenta de que
somos nosotros los que tenemos que hacer algo para que algo ocurra, somos
nosotros quienes debemos luchar por nuestros sueños e ilusiones, somos nosotros
los únicos dueños del tiempo que ahora se nos regala, sin que tengamos derecho
a esperar nada más allá del hoy.
Estos últimos meses he vivido de cerca situaciones en que la
vida se ha escapado de personas que ni siquiera podían intuirlo. No eran
personas cercanas a mí, ni siquiera las conocía, pero formaban, de un modo u
otro, parte de los entornos en los que vivo y su marcha, repentina y sin previo
aviso, me ha hecho reflexionar sobre el tiempo que desperdiciamos pensando en
un mañana y lo poco que hacemos realmente por el hoy; así como en ciertas ideas
de cómo deberíamos apreciar cada instante que tenemos (y sí, ese tópico de vive
tu vida como si fuera el último día, es lo primero que me ha venido a la
cabeza). Y los “consejos para una vida plena”, que escribí hace un par de
veranos con otra perspectiva totalmente diferente pero que venían a significar
lo mismo, han llegado a mi mente y no podía sino compartirlos con vosotros en
la primera entrada de este blog en el que espero poder recoger muchas más
reflexiones sobre las cosas que sienta, piense o, simplemente, viva.
Yo también tengo sueños, yo también pienso en el futuro, al
fin y al cabo es inherente a la capacidad de razonamiento esto de medir las
consecuencias de nuestros actos, esto de buscar siempre mejoras en lo que
tenemos, esto de tener metas que alcanzar, incentivos para seguir siempre
adelante, para no “conformarnos”; no se trata de que crea que no hay que pensar
en el mañana, sólo de que ese “mañana” no condicione del todo nuestro “hoy” y,
sobre todo, de que no vivamos sólo en la esperanza de ese día siguiente sin
disfrutar plenamente del ahora.
Y es que sí, el ser humano es el único que deja todo lo
verdaderamente importante de su vida para mañana: un “te quiero” al amor de
nuestras vidas, aunque sea imposible; un “lo siento” sincero a aquella persona
que lastimamos y que nos hubiera gustado tanto recuperar, un “quiero que formes
parte de mi vida siempre” a los amigos que damos por hecho; un “me importas” a
aquellas personas imprescindibles para que sonriamos día tras día, un “te
perdono” a aquel que nos hizo daño pero que nuestro corazón se muere por
recuperar a pesar del orgullo… Siempre dejamos para mañana esas cosas
importantes, siempre dejamos en manos del destino esa felicidad que podría ser,
esperando que sea el momento, que sea el lugar… buscando un tiempo perfecto que
nunca va a existir pero que nos mantiene a flote en la balsa de la ilusión
cuando el presente se nos antoja un mar carente de final y de sentido; siempre
soñando con que, en el futuro, casi por arte de magia, llegará el momento en
que todo esté bien.
Pero, querido ser humano, ese momento ya ha llegado y es
ahora. Ahora, porque tienes la oportunidad de vivir; ahora, porque sigues
respirando; ahora, porque sólo ahora eres el verdadero dueño de tu tiempo. Así que,
aunque sé que ni yo misma lo haré, no está de más que intentemos vivir al
máximo nuestro hoy sin pensar demasiado en qué pasará en el futuro (eso no
significa que no nos preocupemos por las consecuencias de nuestros actos, sólo
significa que nuestros actos merezcan la pena realmente, tengan las consecuencias
que tengan) que seamos felices, felices de verdad, y que hagamos todo lo que
tengamos que hacer para despertarnos con una sonrisa cada mañana, disfrutando
de lo que tenemos ya, luchando por lograr lo que soñamos, sí, pero sin
despreciar por ello lo que ya nos ha otorgado la vida. Ser felices hoy, sin más
ni más. Y mañana… ¿quién sabe si podemos contar con un mañana?
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