Una vez leí que todos tenemos dos grandes amores en nuestras
vidas. Uno de ellos, el que es para siempre, con el que te casas, con el que
formas una familia, con el que al fin pasas el resto de tu vida. Podría
pensarse que este es el gran amor que todos buscamos, pero seguí leyendo y
contaba aquel texto que había siempre en nuestras vidas un segundo amor, esa
persona “que perderás siempre”, con la que “naciste conectado” pero junto a la
cual jamás habrá un final feliz. Seguía diciendo esta lectura que un día te
rendirías y dejarías de luchar por ese gran amor, por esa media naranja
imposible. Sólo entonces, encontrarías al primer gran amor del que hablaba el
texto aunque, matizaba, “no pasarás ni una sola noche sin necesitar un beso
suyo o siquiera discutir una vez más…”
Yo, como muchas otras personas que habrán leído esto, me
pregunto entonces por qué no seguir peleando. Por qué darnos por vencidos y
conformarnos con un amor cómodo y seguro en lugar de abandonar los miedos y
darlo todo por esa persona que con sólo una mirada nos perturba el alma. Sé que
todos estamos pensando en alguien. Una persona que, por mucho tiempo que pase,
por muchas cosas que ocurran, siempre está ahí. Una persona que podemos dejar
de ver meses y meses, pero que con sólo cruzártelo en la calle y apenas
intercambiar un “hola”, hace que tu día se vuelva del revés, el corazón te
palpite deprisa y vuelvan a ti todas esas emociones que creías olvidadas pero
que sólo dormitaban a la espera de que esa persona volviera a despertarlas.
Echamos la vista atrás y ahí está. Ese amor perdido que
acabó sin que lo esperaras, o aquel que ni siquiera tuvo la oportunidad de
nacer. Esa persona que te hacía sonreír sólo con mirarte y que hacía que un
beso fuera mucho más que un contacto entre dos trozos de piel. Ese amor que
daba igual (y sigue dando) que se transforme en algo físico, porque la
intensidad con la que te mira hace que te tiemble todo el cuerpo sin necesidad
de que
te toque. Ese amor que, estés con quién estés, y hagas lo que hagas en ese momento, fue, es y será para siempre el verdadero, el que te haga temblar nada más verlo, el que derrumbe todo lo que hayas creado hasta entonces. Ese “amor dormido” que, como decía la canción, era también “un
álbum de fotos que sigue vacío”, un amor en el que se hizo tarde. Un amor que
se perdió por causas varias pero que, cuando te preguntan: ¿por qué…? realmente
no encuentras ninguna coherente, ninguna válida, porque, sinceramente ¿qué
razón puede haber para dejar escapar para siempre al amor de tu vida?
Yo estoy convencida de que, como decía el texto, todos
nacemos conectados de un modo u otro a otra persona. No significa que sólo haya
una media naranja en el mundo para ti, no, sino, ¡qué difícil sería
encontrarla! Digo que siempre habrá una persona de aquellas que conozcas en tu
vida que lo sea. Una persona que encaje contigo a la perfección, cuyas
similitudes sean las justas y vuestras diferencias las perfectas para
complementaros. Una persona que te refleje tal y como eres y que te ame así, al
igual que tú a ella. En principio, esta persona debería ser también la que
supere contigo todos los obstáculos y acabe a tu lado para siempre, claro está,
pero a veces… a veces esa persona aparece en tu vida en el momento equivocado,
en la persona equivocada o en ambas a la vez. Y, por muy románticos que nos
pongamos, nuestra vida está conformada por muchos más hilos aparte del
puramente amoroso y es complicado, a veces, saltarte todo el entramado sólo por
dar una oportunidad a algo que intuyes seguro pero, a la vez, escapa totalmente
a tu comprensión (y es que ya se sabe: no hay mayor locura que amar con
locura).
Por eso, a veces nos encontramos en la situación del texto,
rendidos a la evidencia de la imposibilidad
de ese amor, en busca (o habiendo
encontrado ya) de ese nuevo amor que aporte algo de calma a nuestras vidas y
que sí nos acompañe para siempre. Pero… yo me niego a dormirme cada día
pensando en qué podría haber sido. Yo me niego a resignarme y a estar con
alguien si mi corazón, cada vez que se cruce con otra persona, me va a recordar
que en realidad no encaja del todo con el hombre que duerme a mi lado. Yo me
niego a ser feliz a medias, a dejar atrás la verdadera felicidad tan sólo por
tener una felicidad segura.
Así que también creo firmemente en la necesidad de no
rendirse. De dar oportunidad al tiempo para que ese momento deje de ser el
equivocado, para que esa persona se convierta en la correcta. Vivir la vida,
claro está, y disfrutar de cada segundo de ella con la persona que haya
decidido ocupar tu corazón en ese momento pero… no cerrar esa puerta
definitivamente. No quedarnos quietos a esperar, tampoco es eso. Dejar que las
cosas sucedan, cambien, den la vuelta. Formar parte de cada instante y
entregarse al máximo en cada ocasión que la vida nos dé para sentirnos felices.
Dar, tan sólo, un voto de confianza, aunque sea en silencio, en la distancia,
apenas perceptible. Dejar adormilados todos esos sentimientos hasta que sea el
lugar y momento oportuno para despertarse. Y, cuando llegue ese momento, reunir
valor e intentar ser, simplemente, feliz.
Y es que, como decía aquel texto al que aludí al principio: “a
veces se desprende más energía discutiendo con alguien a quien amas, que haciendo
el amor con alguien a quien aprecias.” Y yo no pienso dejar de luchar nunca con
todas mis fuerzas por encontrar ese dulce y tierno final feliz…
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