Viernes 13 de 2015. Como si
formara parte de una macabra película de terror que juega con el día de la mala
suerte, (al menos, uno de ellos), París se tiñe de sangre y mueren decenas de
inocentes que comenzaban a disfrutar de su fin de semana. Exactamente igual que
estábamos haciendo aquí.
Y entonces, el mundo occidental
se volcó. Como ya ocurriera en 2001, 2004 o 2005; toda la sociedad occidental
lloró los muertos causados por terroristas yihadistas que mataban y se
inmolaban en nombre de Al-lah (Alá para los hispanohablantes). La famosa frase
puesta “de moda”, por decirlo de algún modo, cuando los atentados contra la
revista parisina, “todos somos Charlie”, volvió a sonar; ahora todos éramos
París. Pero, al parecer, no a todos les pareció correcto.
Desde el viernes, aparte de
todas las muestras de apoyo y solidaridad, sean más o menos eficaces, sirvan o
no para algo, aparecieron también algunas voces que criticaban, de algún modo,
esta respuesta a la masacre. No es que estuvieran de acuerdo con la misma,
claro está, pero se preguntaban por qué, habiendo también decenas de muertos en
otras partes del mundo cada día, el mundo sólo parecía interesado en las
ocurridas en ciertas partes del planeta. Comencé a leer acerca de “muertes de
segunda categoría” o cómo se valoran o no a algunas personas por encima de
otras según el país del que sean. Personas que criticaban que fuéramos París
pero no Siria, por poner un ejemplo cualquiera y cercano a la actualidad.
Sinceramente, quiero aportar mi
visión del asunto, porque en cierto modo creo que nos estamos desviando
demasiado de lo que realmente importa.
Es verdad. En diversos lugares
del mundo se están cometiendo, cada día, atrocidades similares o incluso más
duras que estas. Atrocidades que atacan a personas inocentes involucradas en guerras
o enfrentamientos sólo por casualidades espacio-temporales. Y es verdad. Nadie
llora por ellas a diario, nadie les pone velas ni flores en sus embajadas,
nadie coloca sus banderas como fondo de foto en el Facebook. ¿Significa eso que
aquellos muertos son menos importantes que los otros? No, claro que no. Cada
vida tiene un valor idéntico en el mundo. Nadie merece ser asesinado a manos de
otra persona. Nadie. La muerte no debería ser algo que pudiéramos decidir por
otros. Y, sin embargo, la realidad de esas voces que se levantan indignadas
defendiendo que hay muertos cada día y no se da tanto valor como a estos está
ahí. El Viernes y el Sábado sólo podíamos ver en las noticias imágenes de París,
de los momentos del atentado, de las personas que lograron salir con vida,
testimonios de los que estaban allí… Entonces, vuelvo a preguntar: ¿por qué?
Es simple, al menos, para mí. Se
trata de analizar ciertas variables que van más allá del valor de una vida o
una muerte, algo que obviamente no debato, ya he dicho antes que cualquier
persona tiene un valor incomparable y eso es algo en lo que creo de verdad.
Pero… las cosas ocurridas van más allá de eso.
En primer lugar, hay que
analizar la situación donde se dan esas muertes, y no quiero entrar en temas
políticos ni económicos, aunque está claro que están muy enredados en todo este
tema. Los palestinos e israelíes llevan matándose unos a otros durante muchos,
muchísimos años. Apenas se escuchan noticias de ellos y, cuando lo hacemos, nos
parece algo casi “natural”. No lo es, claro está. Pero forma parte de lo que
hemos visto durante años. El país está en guerra desde hace demasiado y la
guerra conlleva ese horror ¿no? Es casi algo que damos por hecho. ¿Inhumano?
Puede ser. Creo que todos nos estremecemos cuando ponen alguna imagen de
atentados en aquel país, viendo cómo se destrozan unos a otros sin piedad. No
nos da igual, no nos es indiferente pero… forma parte de esa guerra que existe
más allá de lo que hagamos, digamos o callemos. Cuando España tuvo su guerra civil, cualquier noticia sobre las muertes que hubo helaría la sangre de muchos pero dudo que, saliendo de España, el resto de Europa se sobrecogiera más de lo puramente humano: estábamos en guerra. Las muertes eran algo de esperar. Igual ocurre con Siria ahora, o
con tantos otros países, la mayoría situados fuera de lo que llamamos, absurdos
pretenciosos, “primer mundo”.
Y ahí entra uno de los factores
fundamentales del por qué de esta conmoción causada al mundo por los asesinados
en París: están en “paz” y dentro de ese “primer mundo” supuestamente
evolucionado y curado ya de espanto (ya tuvimos nuestras guerras mundiales,
algunos, incluso, nos debió saber a poco y tuvimos también guerras civiles…). No
se podía prever. No se podía imaginar. Francia es un país donde no hay guerras
(dentro de Francia, quiero decir, soy consciente de la participación de este
país en guerras fuera del territorio galo), donde no sobrevuelan aviones
dispuestos a tirar bombas en cualquier momento, donde los soldados no recorren
las calles y las sirenas no anuncian la llegada de otro bombardeo. Francia es
un país en paz “civilizado”. Un país donde la muerte no es una noticia diaria,
no, al menos, muertes masivas. Un país donde las personas no conviven con el
miedo a ser asesinadas ni invadidas. Eso forma parte del pasado, de la
historia. Los años de guerras y destrucción ya pasaron para la mayor parte de
los países occidentales. Nos hemos acomodado a esa sensación de paz donde los
problemas principales son la crisis económica, los desahucios, el paro, o el
estado de la educación y la sanidad (y son más que suficientes). Países
acomodados a esa situación y a ver el hambre, las enfermedades y la destrucción
por la televisión en países que siempre se nos antojan lejanos: África, Asia… Parecen
sacados de otro tiempo, parecen anclados en el pasado, haberse quedado atrás en
el tiempo. Así pues, que de repente lleguen unos cuantos asesinos armados y se
pongan a disparar y a matar a todo el que se le cruce… no, no es algo que
podíamos esperar, no es algo que entraba dentro de lo que podía pasar, no es
algo inherente a la situación del país. Así que quizás esa sea una de las
claves para que esto nos conmocione tanto: llama la atención, no era algo que
contempláramos como algo que podía pasar, por mucho que los yihadistas
extremistas no dejen de mandar amenazas a nuestros países jurando sembrar el
terror y reconvertir a los infieles (eso si antes no acaban con todos ellos).
No
tenemos que irnos tan lejos. Aquí, en España, todos conocíamos a ETA. Sabíamos
que era un grupo terrorista que bajo la excusa de un País Vasco independiente
de España mataba a militares y cuerpos de policía. Llorábamos y lamentábamos
cada una de las muertes de estos profesionales pero… nos indignamos
especialmente cuando las bombas explotaron, allá por el 87, en el Hipercor de
Barcelona. ¿Valían más las vidas de los civiles que la de las demás víctimas de
ese terrorismo? Está claro que no. Pero se escapaba de lo que “esperábamos”, de
lo que “conocíamos” y ampliaba las posibilidades de ser atacado a todo el
mundo, tuviera o no relación alguna con militares o policías. Y eso daba más miedo
aún.
En segundo lugar, ligada a esta
primera premisa, es un país del “primer mundo” que no deja de ser “nuestro”
mundo. Algunos se ofenderán leyendo esto, pero es así. Todas las vidas valen lo
mismo objetivamente, pero subjetivamente está claro que no. El valor que cada
una tenga está directamente relacionado con la cercanía de esa vida a la
nuestra. Nadie desea la muerte de nadie (nadie con un buen corazón, claro
está), pero no duele igual que muera una persona de una ciudad lejana a que
muera nuestro vecino. Y, por supuesto, no es igual que muera nuestro vecino a
que lo haga alguien de nuestra familia, o algún amigo cercano, o nuestra
pareja. Esa cercanía de la vida perdida a la nuestra marca, sin duda, una
diferencia. No creo que eso lo podamos negar ninguno. No todas las muertes
duelen igual aunque todas las vidas valgan, en un plano objetivo, lo mismo. Y
París y sus parisinos están demasiado cerca de nosotros. Puedo ser más clara:
todos lamentamos el 11 S. Todos nos sobrecogimos a aquellas imágenes, los
aviones impactando contra las torres, las hermanas ardiendo, cayendo, las personas
tratando de huir… Pero 3 años después, cuando los trenes de Madrid estallaron,
el dolor fue mayor. La situación era similar, menos impactante, incluso (dos
aviones estrellándose contra dos torres tan majestuosas como aquellas parecía
mucho más surrealista que ver estallar bombas en los trenes, más aún teniendo
en cuenta que nosotros ya teníamos cierta “familiaridad” con ese tema debido a
nuestros terroristas nacionales o, como todos los conocíamos, ETA), mas, pese a
ello, nos dolió mucho más. ¿Qué diferencia había entre los neoyorquinos y los
españoles? Que nosotros somos españoles. Que esos muertos eran amigos, vecinos,
familia de otros españoles. Que algunos lo eran nuestros. Que otros lo eran de
personas que conocíamos. Que aunque no supiéramos nada de ellos, esas personas
formaban parte de nuestro país y eso los acercaba a nosotros.
Y esa cercanía, aparte de
sentimental, también implica algo más, lo que yo creo que es la clave del por
qué a veces el mundo parece “elegir” unas muertes antes que otras para
homenajearlas. Y es que podríamos haber sido nosotros. Cuando vemos esas
personas de países lejanos, con otras costumbres, otras formas de vida, con sus
escasos recursos, viviendo en su guerra… no nos sentimos del todo
identificados. Nos duele (a mí, al menos, sí) ver que han muerto personas en
vano (siempre, siempre es en vano) pero nos parece algo lejano. Algo que no
ocurre aquí. Algo que “no nos va a pasar a nosotros.” Y nos ha pasado…
Cualquiera de nosotros podría haber estado haciendo lo mismo, es más, puede que
muchos estuviéramos haciendo lo mismo que aquellos parisinos: salir el viernes
por la noche a cenar en alguna terracita, ir a ver un concierto, pasear… Es
algo que sí nos podría haber pasado a nosotros. Y eso da miedo. Rompe, sin
duda, las certezas que queríamos creer. No estamos en paz. Nuestros países
regresan a una amenaza que ya no recordábamos. Hay personas dentro de nuestros
países que quieren acabar con esa “paz”, romper el equilibrio, traer a nuestros
países la guerra que se vive en los suyos (o en los que ellos llaman suyos,
aunque es triste que la mayor parte de ellos nunca los hayan pisado porque
nacieron dentro de Europa). Una guerra defendida en post de ideales religiosos
pero que, no nos equivoquemos, no tiene nada que ver. El estandarte o razón que
lleven a cuesta todos aquellos que ataquen a otros de un modo tan atroz y
cobarde no es más que una excusa para dejar volar su verdadera forma de ser.
No nos dejemos engañar. Es
cierto que ha habido un fuerte caldo de cultivo que ha fomentado toda esta
situación. Es cierto que, si analizamos la historia, muchas de las cosas que
ocurren ahora no son más que el reflejo o la consecuencia inevitable de otras
que ocurrieron anteriormente y de las que el mundo
occidental formó parte.
Podemos buscar y ahondar ahí para entender cómo hemos llegado hasta aquí pero,
por favor, no caigamos en el error de que nos sirva para justificarlos. No hay
nada que justifique una guerra, ni las de ahora ni las de antes. Alemania
estaba hundida después de la I Guerra Mundial y Hitler se hizo con el poder
prometiendo sacarla de su miseria. En parte, puede decirse que lo hizo. Eso
sigue sin justificar lo que pasó, ¿no? De verdad, no pretendamos buscar el por
qué para justificar lo que ocurre. Busquemos el por qué para encontrar el modo
de arreglarlo, si es que puede haberlo. Y, por supuesto, y creo que en esto
estamos todos de acuerdo: que el miedo no guíe nuestros pasos. Ni el miedo, ni
la indiferencia, ni la intolerancia. No es una guerra de musulmanes contra
cristianos, eso ya es historia. Es una guerra entre personas extremistas sin
nada que perder y el restos del mundo, sean de la religión que sean, eso ya no
les importa aunque sea su excusa. Creo firmemente en la bondad posible de cristianos, judíos, islámicos, budistas; así como en su posible maldad. No pienso juzgar a nadie por el Dios en el que crean o dejen de creer. De todo hay en este mundo, como me decían de pequeña. Lo que tengo claro es que no podemos dejar que nos venzan. Demostremos lo que hemos aprendido de nuestra
historia: que no se puede ganar nada por la fuerza. Que no queremos muertes
inocentes. Que no vamos a permitir que nos amilanen con sus amenazas y sus
falsas excusas.
En fin, no pretendo hablar aquí
de nada de eso. Sólo quería intentar dar mi opinión de por qué 130 muertos en
París parecen causar más conmoción que 300 en otro lugar del mundo. Sin ofender
a nadie. Sin que nadie piense que creo que una vida se mide según el sitio
donde esté. Es que duele más cuando nos golpean cerca. Y esta vez, todos lo
sabemos, no es que todos seamos París, es que París podíamos haber sido
nosotros…