lunes, 16 de noviembre de 2015

PODRÍAMOS HABER SIDO NOSOTROS

Viernes 13 de 2015. Como si formara parte de una macabra película de terror que juega con el día de la mala suerte, (al menos, uno de ellos), París se tiñe de sangre y mueren decenas de inocentes que comenzaban a disfrutar de su fin de semana. Exactamente igual que estábamos haciendo aquí.

Y entonces, el mundo occidental se volcó. Como ya ocurriera en 2001, 2004 o 2005; toda la sociedad occidental lloró los muertos causados por terroristas yihadistas que mataban y se inmolaban en nombre de Al-lah (Alá para los hispanohablantes). La famosa frase puesta “de moda”, por decirlo de algún modo, cuando los atentados contra la revista parisina, “todos somos Charlie”, volvió a sonar; ahora todos éramos París. Pero, al parecer, no a todos les pareció correcto.

Desde el viernes, aparte de todas las muestras de apoyo y solidaridad, sean más o menos eficaces, sirvan o no para algo, aparecieron también algunas voces que criticaban, de algún modo, esta respuesta a la masacre. No es que estuvieran de acuerdo con la misma, claro está, pero se preguntaban por qué, habiendo también decenas de muertos en otras partes del mundo cada día, el mundo sólo parecía interesado en las ocurridas en ciertas partes del planeta. Comencé a leer acerca de “muertes de segunda categoría” o cómo se valoran o no a algunas personas por encima de otras según el país del que sean. Personas que criticaban que fuéramos París pero no Siria, por poner un ejemplo cualquiera y cercano a la actualidad.

Sinceramente, quiero aportar mi visión del asunto, porque en cierto modo creo que nos estamos desviando demasiado de lo que realmente importa.

Es verdad. En diversos lugares del mundo se están cometiendo, cada día, atrocidades similares o incluso más duras que estas. Atrocidades que atacan a personas inocentes involucradas en guerras o enfrentamientos sólo por casualidades espacio-temporales. Y es verdad. Nadie llora por ellas a diario, nadie les pone velas ni flores en sus embajadas, nadie coloca sus banderas como fondo de foto en el Facebook. ¿Significa eso que aquellos muertos son menos importantes que los otros? No, claro que no. Cada vida tiene un valor idéntico en el mundo. Nadie merece ser asesinado a manos de otra persona. Nadie. La muerte no debería ser algo que pudiéramos decidir por otros. Y, sin embargo, la realidad de esas voces que se levantan indignadas defendiendo que hay muertos cada día y no se da tanto valor como a estos está ahí. El Viernes y el Sábado sólo podíamos ver en las noticias imágenes de París, de los momentos del atentado, de las personas que lograron salir con vida, testimonios de los que estaban allí… Entonces, vuelvo a preguntar: ¿por qué?

Es simple, al menos, para mí. Se trata de analizar ciertas variables que van más allá del valor de una vida o una muerte, algo que obviamente no debato, ya he dicho antes que cualquier persona tiene un valor incomparable y eso es algo en lo que creo de verdad. Pero… las cosas ocurridas van más allá de eso.
En primer lugar, hay que analizar la situación donde se dan esas muertes, y no quiero entrar en temas políticos ni económicos, aunque está claro que están muy enredados en todo este tema. Los palestinos e israelíes llevan matándose unos a otros durante muchos, muchísimos años. Apenas se escuchan noticias de ellos y, cuando lo hacemos, nos parece algo casi “natural”. No lo es, claro está. Pero forma parte de lo que hemos visto durante años. El país está en guerra desde hace demasiado y la guerra conlleva ese horror ¿no? Es casi algo que damos por hecho. ¿Inhumano? Puede ser. Creo que todos nos estremecemos cuando ponen alguna imagen de atentados en aquel país, viendo cómo se destrozan unos a otros sin piedad. No nos da igual, no nos es indiferente pero… forma parte de esa guerra que existe más allá de lo que hagamos, digamos o callemos. Cuando España tuvo su guerra civil, cualquier noticia sobre las muertes que hubo helaría la sangre de muchos pero dudo que, saliendo de España, el resto de Europa se sobrecogiera más de lo puramente humano: estábamos en guerra. Las muertes eran algo de esperar. Igual ocurre con Siria ahora, o con tantos otros países, la mayoría situados fuera de lo que llamamos, absurdos pretenciosos, “primer mundo”.

Y ahí entra uno de los factores fundamentales del por qué de esta conmoción causada al mundo por los asesinados en París: están en “paz” y dentro de ese “primer mundo” supuestamente evolucionado y curado ya de espanto (ya tuvimos nuestras guerras mundiales, algunos, incluso, nos debió saber a poco y tuvimos también guerras civiles…). No se podía prever. No se podía imaginar. Francia es un país donde no hay guerras (dentro de Francia, quiero decir, soy consciente de la participación de este país en guerras fuera del territorio galo), donde no sobrevuelan aviones dispuestos a tirar bombas en cualquier momento, donde los soldados no recorren las calles y las sirenas no anuncian la llegada de otro bombardeo. Francia es un país en paz “civilizado”. Un país donde la muerte no es una noticia diaria, no, al menos, muertes masivas. Un país donde las personas no conviven con el miedo a ser asesinadas ni invadidas. Eso forma parte del pasado, de la historia. Los años de guerras y destrucción ya pasaron para la mayor parte de los países occidentales. Nos hemos acomodado a esa sensación de paz donde los problemas principales son la crisis económica, los desahucios, el paro, o el estado de la educación y la sanidad (y son más que suficientes). Países acomodados a esa situación y a ver el hambre, las enfermedades y la destrucción por la televisión en países que siempre se nos antojan lejanos: África, Asia… Parecen sacados de otro tiempo, parecen anclados en el pasado, haberse quedado atrás en el tiempo. Así pues, que de repente lleguen unos cuantos asesinos armados y se pongan a disparar y a matar a todo el que se le cruce… no, no es algo que podíamos esperar, no es algo que entraba dentro de lo que podía pasar, no es algo inherente a la situación del país. Así que quizás esa sea una de las claves para que esto nos conmocione tanto: llama la atención, no era algo que contempláramos como algo que podía pasar, por mucho que los yihadistas extremistas no dejen de mandar amenazas a nuestros países jurando sembrar el terror y reconvertir a los infieles (eso si antes no acaban con todos ellos). 

No tenemos que irnos tan lejos. Aquí, en España, todos conocíamos a ETA. Sabíamos que era un grupo terrorista que bajo la excusa de un País Vasco independiente de España mataba a militares y cuerpos de policía. Llorábamos y lamentábamos cada una de las muertes de estos profesionales pero… nos indignamos especialmente cuando las bombas explotaron, allá por el 87, en el Hipercor de Barcelona. ¿Valían más las vidas de los civiles que la de las demás víctimas de ese terrorismo? Está claro que no. Pero se escapaba de lo que “esperábamos”, de lo que “conocíamos” y ampliaba las posibilidades de ser atacado a todo el mundo, tuviera o no relación alguna con militares o policías. Y eso daba más miedo aún.

En segundo lugar, ligada a esta primera premisa, es un país del “primer mundo” que no deja de ser “nuestro” mundo. Algunos se ofenderán leyendo esto, pero es así. Todas las vidas valen lo mismo objetivamente, pero subjetivamente está claro que no. El valor que cada una tenga está directamente relacionado con la cercanía de esa vida a la nuestra. Nadie desea la muerte de nadie (nadie con un buen corazón, claro está), pero no duele igual que muera una persona de una ciudad lejana a que muera nuestro vecino. Y, por supuesto, no es igual que muera nuestro vecino a que lo haga alguien de nuestra familia, o algún amigo cercano, o nuestra pareja. Esa cercanía de la vida perdida a la nuestra marca, sin duda, una diferencia. No creo que eso lo podamos negar ninguno. No todas las muertes duelen igual aunque todas las vidas valgan, en un plano objetivo, lo mismo. Y París y sus parisinos están demasiado cerca de nosotros. Puedo ser más clara: todos lamentamos el 11 S. Todos nos sobrecogimos a aquellas imágenes, los aviones impactando contra las torres, las hermanas ardiendo, cayendo, las personas tratando de huir… Pero 3 años después, cuando los trenes de Madrid estallaron, el dolor fue mayor. La situación era similar, menos impactante, incluso (dos aviones estrellándose contra dos torres tan majestuosas como aquellas parecía mucho más surrealista que ver estallar bombas en los trenes, más aún teniendo en cuenta que nosotros ya teníamos cierta “familiaridad” con ese tema debido a nuestros terroristas nacionales o, como todos los conocíamos, ETA), mas, pese a ello, nos dolió mucho más. ¿Qué diferencia había entre los neoyorquinos y los españoles? Que nosotros somos españoles. Que esos muertos eran amigos, vecinos, familia de otros españoles. Que algunos lo eran nuestros. Que otros lo eran de personas que conocíamos. Que aunque no supiéramos nada de ellos, esas personas formaban parte de nuestro país y eso los acercaba a nosotros.

Y esa cercanía, aparte de sentimental, también implica algo más, lo que yo creo que es la clave del por qué a veces el mundo parece “elegir” unas muertes antes que otras para homenajearlas. Y es que podríamos haber sido nosotros. Cuando vemos esas personas de países lejanos, con otras costumbres, otras formas de vida, con sus escasos recursos, viviendo en su guerra… no nos sentimos del todo identificados. Nos duele (a mí, al menos, sí) ver que han muerto personas en vano (siempre, siempre es en vano) pero nos parece algo lejano. Algo que no ocurre aquí. Algo que “no nos va a pasar a nosotros.” Y nos ha pasado… Cualquiera de nosotros podría haber estado haciendo lo mismo, es más, puede que muchos estuviéramos haciendo lo mismo que aquellos parisinos: salir el viernes por la noche a cenar en alguna terracita, ir a ver un concierto, pasear… Es algo que sí nos podría haber pasado a nosotros. Y eso da miedo. Rompe, sin duda, las certezas que queríamos creer. No estamos en paz. Nuestros países regresan a una amenaza que ya no recordábamos. Hay personas dentro de nuestros países que quieren acabar con esa “paz”, romper el equilibrio, traer a nuestros países la guerra que se vive en los suyos (o en los que ellos llaman suyos, aunque es triste que la mayor parte de ellos nunca los hayan pisado porque nacieron dentro de Europa). Una guerra defendida en post de ideales religiosos pero que, no nos equivoquemos, no tiene nada que ver. El estandarte o razón que lleven a cuesta todos aquellos que ataquen a otros de un modo tan atroz y cobarde no es más que una excusa para dejar volar su verdadera forma de ser.

No nos dejemos engañar. Es cierto que ha habido un fuerte caldo de cultivo que ha fomentado toda esta situación. Es cierto que, si analizamos la historia, muchas de las cosas que ocurren ahora no son más que el reflejo o la consecuencia inevitable de otras que ocurrieron anteriormente y de las que el mundo
occidental formó parte. Podemos buscar y ahondar ahí para entender cómo hemos llegado hasta aquí pero, por favor, no caigamos en el error de que nos sirva para justificarlos. No hay nada que justifique una guerra, ni las de ahora ni las de antes. Alemania estaba hundida después de la I Guerra Mundial y Hitler se hizo con el poder prometiendo sacarla de su miseria. En parte, puede decirse que lo hizo. Eso sigue sin justificar lo que pasó, ¿no? De verdad, no pretendamos buscar el por qué para justificar lo que ocurre. Busquemos el por qué para encontrar el modo de arreglarlo, si es que puede haberlo. Y, por supuesto, y creo que en esto estamos todos de acuerdo: que el miedo no guíe nuestros pasos. Ni el miedo, ni la indiferencia, ni la intolerancia. No es una guerra de musulmanes contra cristianos, eso ya es historia. Es una guerra entre personas extremistas sin nada que perder y el restos del mundo, sean de la religión que sean, eso ya no les importa aunque sea su excusa. Creo firmemente en la bondad posible de cristianos, judíos, islámicos, budistas; así como en su posible maldad. No pienso juzgar a nadie por el Dios en el que crean o dejen de creer. De todo hay en este mundo, como me decían de pequeña. Lo que tengo claro es que no podemos dejar que nos venzan.  Demostremos lo que hemos aprendido de nuestra historia: que no se puede ganar nada por la fuerza. Que no queremos muertes inocentes. Que no vamos a permitir que nos amilanen con sus amenazas y sus falsas excusas.



En fin, no pretendo hablar aquí de nada de eso. Sólo quería intentar dar mi opinión de por qué 130 muertos en París parecen causar más conmoción que 300 en otro lugar del mundo. Sin ofender a nadie. Sin que nadie piense que creo que una vida se mide según el sitio donde esté. Es que duele más cuando nos golpean cerca. Y esta vez, todos lo sabemos, no es que todos seamos París, es que París podíamos haber sido nosotros… 

jueves, 22 de octubre de 2015

"HOY ME HE DESPERTADO TRISTE..."

Hoy me he despertado triste. Triste, con una sensación extraña dentro de mí, una especie de opresión en el pecho que hace tiempo identifiqué como una tristeza profunda teñida de nostalgia y miedo. Sí, hoy me he despertado triste.

Soy una persona optimista, así que supongo que aún en mi tristeza sé que soy feliz. Sé que soy feliz porque tengo mil motivos para serlo, porque en realidad esta tristeza mía no tiene un motivo concreto o tangible y hay miles de ellos que sí lo son para sonreír así que, a pesar de que me siento triste sé que, en el fondo, soy feliz. Y mañana será otro día y seré un poco más feliz y así sucesivamente, hasta que pase algo (o quizás sólo pase el tiempo) y la felicidad venza definitivamente a la tristeza.

Sin embargo, a pesar de ese fondo de felicidad racional que mantengo para seguir a flote, hoy los ojos se me empañan en lágrimas casi sin que me dé cuenta, incluso sin pensar en nada, preguntándome a mí misma qué me pasa, contestándome mi mente y mi corazón, por una vez al unísono, que no lo saben, o tal vez sí, y simplemente se avergüenzan y prefieren no contármelo. Porque uno no puede engañarse a sí mismo realmente y hoy sé que estoy triste y sé perfectamente por qué, aunque no comprenda a qué viene la fuerza de este sentimiento en estos momentos, aunque las cosas sigan como ayer y como seguirán mañana, aunque el motivo de mi tristeza sea el mismo motivo que días atrás, quizás, me hizo sonreír.

Hoy me siento triste porque he pensado en los sueños que tenía de niña, en esas cosas que daba por hecho que conseguiría en la vida y me he dado cuenta de que esa vida soñada que pensaba que tendría sin problema alguno se me escapa con el tiempo. Todos esos sueños de la infancia deberían estar cumpliéndose ahora, cerca de mi madurez, y a cada día que pasa, sin embargo, los veo más lejanos e imposibles.

Y sé que es culpa mía, por tener sueños que no dependían tan sólo de mí. Pese a ello, como ya he comentado, sé que puedo ser feliz. Que debo ser feliz.

Siempre quise ser maestra, dedicarme a enseñar. Tuve mis dudas y variantes con respecto a qué y a quiénes, pero enseñar era lo que me gustaba desde pequeña, cuando enseñaba a mis peluches las lecciones que yo misma tenía que aprender. Quería enseñar y ya ves, más de dos años hace que entré por primera vez en un colegio como maestra.

A lo largo de mi vida, sobre todo después del instituto, (puesto que allí sí que formaba parte de un grupo bastante variopinto y divertido de gente), echaba en falta formar parte de un grupo de amigos. Tener, como en la serie “Friends”, un grupo de personas que fueran parte de mi familia, con los que contar para todos los momentos de mi vida (buenos y malos), personas a las que querer e incluso odiar a veces sin que ello mine jamás lo que tenemos. Y sí, hoy en día me siento parte de un grupo de amigos, incluso de más de uno. No tengo mil amigos pero los que están ahí sé que son verdaderos y me siento muy orgullosa de ello.

Siempre formé parte de grupos de chicos y mis relaciones con las personas de mi sexo eran muy escasas y deficientes. Las pocas veces que intimé con alguna acabaron dando la razón a todos los estereotipos de los chistes y monólogos sobre mujeres y me volví, quizás, un poco machista y escéptica con respecto a la posibilidad de tener, alguna vez, amigas. Confraternizar con chicos me ha enseñado muchas cosas y a ellos les debo ser como soy (de lo cual me siento muy orgullosa), pero la vida finalmente me dio la oportunidad de tener contacto con chicas y de formar parte de pequeños “grupos” de chicas con las que hablar, cotillear, maquillarnos, hacernos fotos… y hacer, en fin, lo que las chicas hacen. Y sí, también en esto soy afortununada y lo soy en más de un sentido, puesto que tengo amigas y cada una de ellas, desde su parte del mundo, su edad y su visión de la vida, aporta riqueza a mi existencia y me feminiza en cierto modo.

Y… ¿qué más se puede pedir?

Recuerdo que una vez un amigo me preguntó si era feliz y le dije que sí. Me preguntó si era feliz al 100% (bien sabía él que no era así) y le dije que seguramente no. Me dijo entonces que analizara las cosas que podían hacer o impedir que así fuera. Me preguntó por la familia y le dije que estaba muy feliz con la que me había tocado, al menos la cercana, la que cuenta, la de verdad (en mi caso, así es). Es cierto que me encantaría formar parte de ciertos momentos familiares, que la distancia y lo que no es distancia impiden, en muchos casos, una cercanía que me gustaría (o que me habría gustado en algún momento de mi vida) y que envidio de otras familias pero… creo firmemente que no me puedo quejar. Mis padres, mi hermano… están ahí, pase lo que pase, y esa es mi verdadera familia. La mía.
Entonces, mi querido y sabio amigo me preguntó por el trabajo. En aquel momento no tenía pero le dije que estaba convencida de que conseguiría trabajar de lo mío tarde o temprano. Ahora podría decirle que el trabajo me va bien, con sus más, con sus menos; con los días en los que pienso que debería dedicarme a otra cosa, que jamás voy a lograr tener el índice de autoridad estipulado para ser lo que soy; con los días en que llego a casa con una sonrisa en los labios y segura de haber hecho lo que tenía que hacer. Al fin y al cabo, mi trabajo no es sólo un trabajo, es parte de mi vida y de lo que soy yo.

“Pues piensa entonces en los amigos.” Me dijo él. Me hizo meditar sobre si estaba contenta con las (escasas) amistades que en aquel entonces tenía y llegué a la conclusión de que sí, convencida de que poco a poco conseguiría tener lo que deseaba, ese grupo de amigos que puede con todo y que está en las duras y en las maduras. Amigo, ya ves, ahora sí lo tengo, formo parte de varios mundos y me siento muy feliz y muy afortunada de que todos ellos formen también parte de mi existencia.
“Así entonces, teniendo en cuenta que la salud está bien,” (y sí, cruzo los dedos, sé que esto es lo primero y sigo estando bien en ese sentido, con mis “achaques”, como todo el mundo, que la juventud de hoy en día tiene de todo, pero nada subrayable, nada de lo que preocuparme) “lo único que nos queda es el amor.” Si mi amigo volviera a sentarse conmigo en el coche, si tuviéramos esta charla de nuevo, supongo que, pese a que el resto de los puntos eran positivos en aquel entonces aun no habiéndolos encontrado, este punto seguiría más o menos igual. En aquel entonces yo estaba enamorada de alguien que no podía ser y me sentía atrapada en una relación a la cual ya no sabía si me ataba realmente amor, cariño, costumbre o falta de valor para romper con todo lo conocido y empezar de nuevo. Tenía miedo de ser infeliz, de estar conformándome y, sobre todo, de estar perdiendo a una persona importante para mí sólo por el miedo a hacer algo incorrecto. Vuelvo a aquel viaje en coche y sé que ahora mismo, con todo lo que ha mejorado y cambiado mi vida, seguiría siendo consciente de que es este punto el que, de cuando en cuando, prende chispa en mí y hace que, como hoy, me despierta con una sensación de tristeza a mi alrededor.

He cumplido muchos de mis sueños y otros he hecho lo que se ha podido. Quería ser actriz famosa pero no me atormenta no haberlo conseguido. Daba por hecho que era un sueño muy complejo y, aún así, he hecho todo lo que estaba a mi alcance: teatro, monólogos… incluso he grabado un corto. Quería hacer conciertos y ser una cantante conocida, pero ante la ausencia de un buen manager en mi vida, he actuado en escenarios, micrófono en mano, cantando incluso mis propias canciones, aunque nadie las conociera, aunque nadie pudiera seguir la letra o cantarlas conmigo. Quería compartir mis libros y escritos con el mundo y bueno… Tengo mi blog, aquí presente, libros, relatos y poemas escritos, he participado en algunos concursos y gracias a ellos he visto en algo parecido a un libro impreso algunas de las letras que salieron de dentro de mí. Así que… por qué no, dentro de la imposibilidad de estos sueños, creo que he cumplido la posibilidad de los mismos.

Pero… me quedan en el tintero, quizás, los sueños por los que no puedo hacer nada. Ni estudiar una carrera, ni seguir luchando, nada. Sueños que, obviamente, están relacionados con otra persona, sueños que dependen de que alguien llegue y quiera soñar conmigo. Los sueños que di por hecho… Siempre supe que era muy probable que no fuera famosa, no me preocupé demasiado en mi futuro laboral, confié en que los amigos llegarían y se quedarían si sabíamos cuidarnos mutuamente…

Y… siempre di por hecho que me casaría y tendría hijos. Así, como por arte de magia, no sé. Es algo que todo el mundo hace, ¿no? A algunas personas les hace mucha ilusión, otras no piensan en ello… Para mí, es parte de mi futuro, de lo que siempre quise ser: esposa y madre. No soy antigua, quiero ser mucho más, sé que soy mucho más pero… eso eran cosas que quería ser aparte de todo lo demás. 
Tengo tiempo para hacerlo, claro está. No es que quiera casarme mañana, ni pasado pero… Hay días, como hoy, que me paro a pensar y pienso que es posible que ese día no llegue nunca. Que no encuentre a alguien que quiera compartir ese sueño conmigo. Que siga enamorándome de amores imposibles, que siga aferrada a sueños que no van a cumplirse jamás. Que calle por miedo de nuevo perdiendo de nuevo oportunidades que la vida podría ofrecerme. Que aún sin callar, me toque perder sin más. Que me haga demasiado mayor para cumplir determinados sueños. Y tengo miedo, supongo. Miedo porque para mí esos sueños eran quizás una de las partes fundamentales de mi vida y no sé cómo podría ser mi futuro si carezco de ellos hechos realidad. Y esta vez algo ha cambiado con respecto a aquella conversación antaña: ya no necesito estar con nadie para ser feliz, ya no es cuestión de que me sienta incompleta o incómoda conmigo misma. Es más, adoro la libertad que he tenido y he aprendido mucho en estos tiempos pero… quiero más. Quiero cumplir ese sueño. Algún día. Saber que es posible. Saber que no se me va a hacer demasiado tarde. No sé. Tener alguna certeza en una vida que ya me hace dudar demasiado. A estas alturas de la vida creía que iba a ser de una manera y no lo soy. Quizás haya sido mejor así, no lo dudo, pero a veces me pregunto si quizás estos sueños son ahora o nunca. Si el tiempo no será implacable conmigo.

O quizás no es el sueño roto lo que me duele, porque no está roto aún, claro está, porque aún queda mucho tiempo. Quizás es sólo miedo a las cosas que ya siento o sueño, quizás sólo lloraba hoy sin sentido aparente porque algo me dolía más de lo necesario, porque la realidad que pinto a veces destiñe, no sé.

Aún así, no pasa nada, soy feliz. Soy feliz porque no hay certezas, ni para bien, es verdad, pero tampoco para mal, así que soñar sigue siendo gratuito y posible. Soy feliz en mi tristeza y mañana, quizás, sea el primer sentimiento más fuerte que el segundo.


Y es que quizás hubiera sido más sencillo recordar que en estos días miles de hormonas adicionales recorren mi cuerpo recordándome que soy mujer, ahora más que nunca, y quizás sean ellas las que lloren y no yo. Quizás sean ellas las que hoy se hayan despertado más tristes de lo que deberían y escriben todo esto…

jueves, 8 de octubre de 2015

INFIELES

INFIELES

Es curioso cómo el tema de la fidelidad y de la infidelidad ha venido a mí estos
últimos días casi sin que me diera cuenta. Comenzó siendo un pensamiento que tuve acerca de mí misma, de ser fiel aún cuando no hay por qué, de saber que el corazón elige a quién desea deberle ese respeto o, más bien, a quién no quieres realmente engañar porque, sea o no tu pareja, tu mente y tu cuerpo sólo tienen ganas de ella. Continuó con una charla casual acerca de posibles infidelidades del pasado y, por último, con un comentario inocente que leí, los tópicos acerca del tema y lo que me remueven por dentro, porque yo, que siempre tuve claras esas certezas de dichos tópicos, viví en mis carnes la realidad y ya no puedo pensar igual acerca del tema.

Desde que tuve uso de mi conciencia y de lo que podía ser una pareja lo tuve claro (como supongo que todos lo hemos tenido claro alguna vez): las infidelidades son intolerables. Desde mi inocencia y mi poca experiencia creía a pies juntillas lo que siempre se dice: cuando estás con alguien es porque lo amas y lo respetas, engañarlo es hacerle daño y faltarle al respeto y eso no se hace con alguien te ama y a quién tú amas. Además, si en algún momento la base de esa premisa falla, es decir, si dejas de amar con esa fuerza necesaria para ser fiel a la persona con la que estás, lo lógico es dejar a tu pareja y ya está, no hace falta en engañarla con nadie. Así pues, una infidelidad era, para mí, imperdonable y, por supuesto, romántica como siempre fui, nunca se me pasó por la cabeza que la infiel fuera a ser yo.

Había matices, los que todos también tenemos. Esas pequeñas “excepciones” en las que mucho, muchísimo alcohol en vena podría ser un justificante medianamente válido en caso de una infidelidad, sobre todo si se trata de enrollarse con otros y no llega a más, aunque incluso llegando a más, si el punto de alcoholismo es tal que uno deja de tener control sobre sí mismo, podría incluso llegar a culparse a la persona que se aprovecha de ese estado antes que a tu pareja aunque, sin duda, sigue doliendo saber que ha habido alguien más con la persona con la que compartes todo.

Y sí, creo que en parte el problema de la infidelidad no es que nos creamos realmente que está mejor o peor hecho, lo que ocurre es que duele. Duele, porque cuando compartimos con alguien nuestro cuerpo y parte de nuestro corazón, lo hacemos nuestro y hay cosas que no se comparten. Es simple y está claro, duele, que te engañen duele, y ninguno queremos eso para nosotros mismos y tampoco, por tanto, pretendemos hacérselo a los demás.
Partiendo de estas creencias ingenuas de mi yo de quince años, he de decir que la vida y las experiencias hicieron que me lo replanteara todo y que esas certezas que todos los tópicos nos muestran, esas frases típicas de “no dejes a alguien que amas y que te ama sólo por alguien que quiere una noche contigo”, o “hay alguien que piensa en ti todo el tiempo, no lo traiciones por alguien que sólo quiere conquistarte una noche”, o que no “elijas a alguien para quien sólo eres alguien más cuando hay otra persona para la que eres únic@”, perdieran todo su sentido y tuviera que mirarlas con otra perspectiva.

Y es que siempre se parte de una misma base cuando hablamos de ser infieles: que hay una parte de la pareja (a la que engañan) que es entregada, que ama, que no le ha fallado a la otra ni le ha dado ningún motivo para sentirse sólo, angustiado, triste o decepcionado; que hay una parte de la pareja que es perfecta y que la otra, por puro egoísmo, ha decidido olvidar ese amor incondicional que la otra persona le da para irse con el primero que pasa. Y siempre se observa desde la perspectiva de esta persona resignada y engañada que ve cómo todo en lo que creía se desmorona, que siente que la persona en la que más confiaba la ha engañado y decepcionado, que se queda sola o que tiene que decidir si perdonar lo imperdonable y tratar de restaurar una confianza totalmente quebrada o romper para siempre con una relación en la que ella (o él) sí que había puesto todo su amor y esfuerzo.

Claro que hay infidelidades que responden al cliché, parejas que están bien en la que uno de los dos parece siempre necesitar más y más y no se conforma con la monogamia que domina la sociedad en la que vivimos. Personas que sí que se juegan todo por un rato de placer, sin pensar demasiado en los demás, sin importarles demasiado el dolor que puedan causar o, quizás, seguros de que nunca serán descubiertos. Pero hay muchas otras situaciones que nadie contempla.

Pero en una infidelidad somos 3, (de ahí lo de que tres son multitud): la persona
engañada, la persona que es infiel y la persona que es amante, ese tercero en discordia al que también se tiende a culpar en demasía cuando, sinceramente, suele ser el menos responsable de lo que pase.

Y lo digo yo, que viví en su día esa amarga sensación de saberme luchando contra otra persona que quiere conquistar lo que, estúpidamente, creía mío, cuando no hay nadie que sea nuestro y, sobre todo, cuando realmente la persona que te ama de verdad no requiere que luches por su amor (no, al menos, en ese sentido) porque ya te ha elegido. Lo digo yo, que alguna vez pensé, cómo no, que era esa otra persona la culpable, por haberse metido donde no debía, por haber utilizado todas sus armas para convencer a la persona que estaba conmigo, por haberme “robado.” Pero es absurdo. Es cierto que cuando una persona es consciente de la existencia de una pareja puede parecer ruin y una falta total de respeto el hecho de intentar nada con la persona que ya está emparejada pero… hay varias lagunas en esa afirmación. La primera de todas es que el compromiso con la pareja la tiene la otra parte de la pareja y nadie más. Una persona ajena no tiene, necesariamente, por qué respetar a alguien a quién quizás ni siquiera conoce. Se puede tener más o menos respeto según para qué cosas (habiendo tantas personas solteras, me parece un absurdo intentar acostarse con alguien que ya tiene pareja) pero no para otras. Porque en ocasiones esa tercera persona no es el típico desconocido que aparece para ligar contigo y acostarse contigo una noche y se acabó. En ocasiones esa tercera persona es un amigo o una amiga que siempre ha estado ahí, una persona en la que confías y a la que quieres, en mayor o menor medida, una persona que escucha tus idas y venidas con tu pareja y que, quizás, aunque jamás te lo diga, siempre ha pensado que mereces algo mejor. Esa tercera persona jamás se acostaría contigo sólo por sexo, obviamente, porque sabe el problema que eso supondría para ti y tu pareja. Y, si lo hace, puede que sea porque esa persona también comparte contigo sus problemas de pareja y es un modo más de huir de todo. Esa tercera persona a veces forma más parte de la pareja que tu pareja misma y algo se cuela entre confidencias y tristezas compartidas. Y no, no es un demonio ni una persona fría y calculadora que se ha acercado a ti sólo con el fin de acostarse contigo. Quizás nunca lo pensó, como jamás lo pensaste tú. Pero somos seres humanos que podemos errar y, obviamente, esa tercera persona sólo tiene que responder ante su propia pareja (en caso de tenerla) y jamás ante la tuya. Cada uno tiene sus responsabilidades, (o eso creo yo, y repito que sé lo que es querer culpar a una tercera persona de la pérdida de tu pareja pero, en el fondo, hay que asumir que lo que haga tu pareja o no es única y exclusivamente responsabilidad de tu pareja. Por mucho que la otra persona pueda haber insistido o intentado cosas, si tu pareja te ama y quiere serte fiel, lo será y ya está.) Yo he sido amante de alguien que tenía pareja y, aunque obviamente no es la situación ideal, y aunque siempre fui consciente de que no era lo mejor que podía hacer, no me considero mala persona por ello. No hice nada para conquistar a nadie, esa persona vino a mí y yo no quise decirle que no. Quién le dice que no al corazón cuando está enamorado, por muy obvias que sean las razones para hacerlo…

Por otro lado, tampoco se analiza nunca qué ha podido pasar por la mente y el corazón del infiel. Se da por hecho que lo ha hecho porque sí, por debilidad del cuerpo o porque le da igual su pareja. Algunos dejan caer que sí, que puede que haya dejado de amar a su pareja, pero que aún así no es excusa porque en ese caso lo mejor es dejar a tu pareja y ya está. Curioso hablar desde fuera, porque a veces las cosas son más complejas de lo que parecen. En una pareja lo ideal es amarse y ser correspondido. Supuestamente así es como dos personas empiezan a estar juntas de verdad. Pero, con el paso del tiempo, ese amor puede mantenerse (sigue siendo lo ideal) o no y, sobre todo, puede ser igual de intenso y fuerte, aunque cambie de forma, o puede ir mitigándose y empezar a ser, tan sólo, la fuerza de costumbre. Ante eso muchos volverán a su primera teoría: romper la pareja. Pero cuando el amor que sentías deja de existir tan poco a poco, arrasado por la rutina, por las discusiones que no han llevado a ninguna parte, por los
errores de uno de y otro, por el orgullo tragado, por el dolor que hemos sufrido… es difícil entender que realmente el amor ha muerto y que lo que queda es, simple y llanamente, la necesidad de estar con la persona con la que llevas ya tantos años compartiéndolo todo. Para romper una relación hace falta mucho valor o una certeza absoluta de que es la mejor decisión porque supone romper con todo lo que conocías y quedarte solo en un lugar que es desconocido e incómodo para ti. Supone, además, romper con otras personas (familiares, amigos comunes que comenzaron siendo amigos de la otra persona…), con costumbres (la comida de los sábados, los paseos por la tarde…, con rutinas agradables (el mensaje de buenas noches, el saber que siempre hay alguien a quien contarle tus cosas, sean o no importantes)… y, por tanto, no es una decisión que se tome a la ligera. A veces, es que ni siquiera se nos plantea. Estamos tan situados en un lugar, con una persona, que por mucho que sintamos que algo está fallando, por mucho daño que nos hagan, por mucho que sepamos que podríamos ser más felices con otras personas, preferimos lo “malo conocido que lo bueno por conocer.” Y es ahí, en esa tesitura, cuando aparece “lo bueno por conocer” y nos descompone todo lo que habíamos creado hasta entonces. De nuevo los ingenuos dirán que vuelve a ser el momento para romper. Estoy de acuerdo, pero no siempre es sencillo y, ya se sabe, ser cobarde es parte de nosotros. Es ahí, en esa tesitura, cuando la persona con la que estás no te da lo que necesitas, cuando te sientes solo, abandonado, triste y, aún así, sabes que vas a luchar por intentar mejorar lo que tienes; cuando el hecho de que aparezca esa otra persona que te mira como si fueras especial, que te aconseja, que te mima, que te entrega todo eso que te falta en tu pareja, te hace cometer ese pecado que nadie duda en señalar: ser infiel. Y sí, engañas a tu pareja y muchos dirán que te engañas a ti mismo por seguir con alguien a quien no amas cuando hay otra persona de por medio pero eso vuelve a ser simplificar mucho las cosas. Porque puedes seguir amando a tu pareja pero vivir desencantad@ y enamorarte sin querer de la otra persona aunque no lo suficiente como para dejarlo todo por él/ella. Tarde o temprano la situación se aclarará y me dirá todo el mundo que mientras tanto, mejor no engañar a tu pareja pero… a veces el corazón dicta las normas y cuando sientes que la persona que tendría que hacerte feliz no lo hace aunque desearías que así fuera y que otra persona, que quizás no es la que quieres que lo haga, te hace feliz, no te queda otra que ser fiel a ti mism@ y a tu propia felicidad y dejarte llevar pensando, por una vez, sólo en ti. Ser fiel a ti mismo aunque eso suponga ser infiel a otros, que tu propia felicidad sea el objetivo esta vez, después quizás de tantos años en post de la felicidad de otro, aunque tu felicidad suponga, ahora, su desgracia. Ser egoísta, si se quiere ver así, pues parece que el amor propio está
siempre mal visto. Yo he sido infiel y sé que no es lo mejor que he hecho en mi vida pero, sinceramente, no me arrepiento. Sé que si volviera atrás en las mismas circunstancias, volvería a hacer lo mismo. Era lo que necesitaba en aquel momento de desesperación, aferrarme a alguien que me daba todo aquello que yo anhelaba en la persona que me acompañaba. Y no podía ni quería realmente dejar a mi pareja porque lo que quería era que fuera mi pareja quien me diera todo aquello. Pero no lo hacía y me refugié en alguien que me hizo feliz y que, por desgracia, no pudo darme nada más ni yo a él. Y no, no fuimos dos infieles que se regocijaban de lo que hacían. Y no nos divertimos por estar haciendo sufrir a una tercera persona (que por otra parte no sufría porque, ya se sabe, ojos que no ven…) ni nos sentimos orgullosos jamás de ello pero… sé que volveríamos a hacerlo porque era lo que queríamos. Era lo que necesitábamos. Era lo que nuestro corazón nos dictó, estuviera o no mal a ojos del mundo. Así que quién quiera juzgarme, mirarme por encima del hombro o criticarme por lo que hice, es bienvenido. Cuando sienta lo que yo sentí, cuando se vean en la situación en la que yo estuve, que me cuenten qué habrían hecho. Yo no me siento orgullosa pero tampoco arrepentida. No pretendo justificarme ni que nadie lo comprenda pero sí que nadie se crea mejor que yo porque, sinceramente, no me siento mala persona por lo que pasó.

Y, por último, nunca se pregunta a la víctima del engaño si entiende por qué le han hecho eso. Nunca se trata de dar la vuelta a la tortilla y pensar que quizás esa persona, ahora triste y despechada, no estaba “buscando”, de algún modo, que le pasara eso. Si no había descuidado de sobremanera a la persona con la que estaba. Quizás incluso él o ella fueron infieles antes de ser víctimas de una infidelidad. Quizás hubo tantos desplantes, tantas palabras dañinas, tantos enfados y discusiones absurdas que, sin que se diera cuenta, la otra persona fue viendo minado su amor y su confianza y, de algún modo, dejó de pensar que debía seguir teniéndole ese respeto, que tenía que guardar fidelidad aunque su corazón ya no lo exigiera, aunque su cuerpo y su alma chillaran por unas migas de amor, aunque fuera ajeno. Alguien me dirá ahora de nuevo que por muy mal que te portes con tu pareja, lo que tiene que hacer tu pareja es dejarte antes que engañarte pero… ¿qué pasa si no quiere dejarte? ¿Qué pasa si lo único que quiere es que le hagas caso, que le quieras, que vuelvas a mirarla/o como lo hacías al principio? ¿Qué pasa si en su lucha por encontrar lo que ya siente perdido las fuerzas se le acaban y encuentra en otros brazos lo que buscaba en los tuyos? ¿Es realmente sólo culpa suya? Hace años escuché a unos amigos instar al que era mi pareja a “cuidarme” porque si no “me iría con otro” porque, prácticamente “me estaba empujando a ello” y aunque en aquel momento di por hecho que eso no pasaría (no de nuevo), sé que era la esencia de lo que podía ocurrir. A veces amas a alguien lo suficiente para aguantar todo lo que te pase pero el poco amor propio que te queda lo inviertes en consolarte como puedes y yo tuve la suerte de contar con una fuente de amor adicional que, como ya he dicho antes, no podía llegar a más pero que fue, para mí, mucho más que un simple engaño a la vez que me sirvió para poder seguir adelante con todo sin dejar de hacer lo que mi corazón me dictaba: luchar por la relación añeja y ser feliz con los pequeños detalles que la otra persona me regalaba.

Así que sí, he vivido la infidelidad en las tres vertientes, podría decirse, y no me creo mejor ni peor que nadie. Ser infiel no es bueno y nunca, nunca sale bien. Pero a veces es una salida que, tarde o temprano, te lleva a tomar las decisiones que de otro modo se habrían quedado eternamente en el tintero. Sí, ahora pienso que tendría que haber dejado a mi pareja pero… eso es ahora, con la perspectiva del tiempo, con las cosas que han pasado, con los sentimientos actuales. En aquel entonces no sentía ni pensaba así y aquello fue, tan sólo, el inciso que necesitaba para que, tarde o temprano, todo estallara y se tomaran las decisiones oportunas. Acertadas o no, eso es otra historia…

Por otra parte, también tengo claro que no es cuestión de que se deba o no se deba hacer. Todos sabemos que no se debe ser infiel a la persona que quieres pero… ¿somos fieles por el motivo correcto? Ser fiel a alguien sólo porque es lo que hay que hacer es muy triste. Ser fiel debe ser algo natural, inherente a lo que ames. Sea o no tu pareja. Ser fiel debe ser algo que tú deseas y no una imposición social o de la persona con la que estás. Ser infiel no es bueno, ¡claro que no! Y nadie puede decir que ser infiel fue, como escuché alguna vez, bueno para la pareja. No lo es. Por mucho que sea una vía de escape, por mucho que pueda forzar decisiones que no hay valor de tomar de otro modo… Pese a todo, no, ser infiel no hace que una pareja se arregle ni, mucho menos, que se haga más fuerte, aunque a veces el resultado de una infidelidad sea un regreso al amor del comienzo, se entienda o no. Ser infiel no es bueno, no. Pero tampoco creo que sea loable ser fiel sólo porque se debe, aunque se desee con todas las ganas no serlo, aunque el único motivo por el que no se está con otra persona sea porque no se debe y no porque realmente uno no quiera. O, peor aún, ser fiel sólo por miedo a las consecuencias, a que “te pillen”, a que la otra persona se entere y te deje… no dice demasiado sobre nadie. Creo que la esencia de todo esto es que debemos ser fieles porque nos amamos, porque no nos apetezca compartir tanta intimidad con nadie más, ser fiel porque no queremos ni podemos ser infieles a nosotros mismos, a lo que sentimos, a lo que deseamos, a lo que amamos.

Yo, que en un momento de mi vida llegué a pensar que quizás era una persona infiel por naturaleza, he vuelto a mi ser y me he dado cuenta de que seré fiel hasta la muerte a la persona a la que ame y que me dé un poco de ese amor de vuelta. Porque cuando siento eso por alguien no necesito a nadie más, aunque no sea mi pareja, aunque no haya ningún contrato ni compromiso firmado. Aunque no sea lo que se espera de mí, aunque no tenga consecuencias. Es lo que siento y es lo que hago. Nadie tiene que pedírmelo ni tenemos que concretar si vamos o no a acostarnos con otras personas. No lo voy a hacer porque no quiero. Porque “te quiero.” Hoy tengo muy claro esta realidad que se me ha presentado como certeza no hace tanto. Mi naturaleza es ser fiel, porque cuando me enamoro mi corazón no me deja espacio para nadie más, aunque esa persona no me corresponda, aunque no seamos pareja, aunque no me haya pedido nada. Pero la experiencia me ha contado tantas cosas que aún teniendo claro que seré leal y fiel como un perrito de compañía a la persona a la que mi corazón decida (esté o no esa persona de acuerdo, seamos o no pareja); nunca juzgaré una infidelidad antes de conocer a las tres personas implicadas en ella, los tres lados de ese mismo triángulo del que, si sólo nos quedamos una parte, perdemos totalmente la perspectiva.

Por último, sólo una cosa: no juzguéis lo que los demás hagan porque, como dice el dicho: “si quieres juzgar mi camino, ponte antes mis zapatos.” Y, por supuesto, sed fieles siempre, siempre y sin excepción, a una única persona: vosotros mismos. A partir de ahí, el respeto y la fidelidad por las personas que te rodean, que te quieren y que lo merecen será una cuestión natural inherente a esa fidelidad y ese respeto a nuestra persona.

“Quizás la infidelidad sea un pecado de difícil perdón, pero la infelicidad es, sin duda, un pecado imperdonable.”

domingo, 4 de octubre de 2015

4 de Octubre 2015. 28 AÑOS. GRACIAS.

4 de Octubre de 2015. Hoy cumplo 28 años. 28 años desde aquel 4 de Octubre de 1987 que, sin duda, fue el día más importante de mi vida, aunque yo no lo recuerde, aunque realmente sea mi madre, fundamentalmente, y también mi padre, los que dieran sentido a la importancia de esta fecha que cada año celebro.


Y lo celebro, ¡claro que sí! Siempre se tienen bromas acerca de la edad y el tiempo no pasa en balde (ya sólo quedan dos para los treinta), últimamente soy la mayor de casi todos los grupos en los que estoy (a veces es cuestión de días, otras, de casi 10 años) pero, aún así, sigo pensando que lo importante es seguir cumpliendo años, seguir adelante, poder disfrutar de estos 365 días que me quedan por delante antes de volver a soplar velas, esta vez con un 9 en las unidades.

Al fin y al cabo, es sencillo celebrarlo cuando te acompañan las personas que te importan. Ésas que aportan el verdadero sentido de tu vida, que hacen que cumplir años sea motivo de fiesta y no de tristezas, que llenan de tantas alegrías y emociones cada día que merece la pena seguir cumpliendo muchos, muchísimos más. Personas que me han devuelto la ilusión, las ganas de soñar, sentimientos que creía perdidos, una felicidad que pensé inalcanzable, la esperanza…

Gracias a mis padres, que me quieren, que están ahí siempre, que me apoyan en todo lo que hago y aparecen cada vez que los necesito. Esa sombra que se mantiene aparte para que yo haga mi vida independiente, pero que siempre está atenta por si requiero su presencia. Sin ellos, obviamente, este día carecería de sentido, al igual que yo misma.
Gracias a mi hermano, nueve años más joven, con el que apenas compartí infancia y, aún así, siempre me tuvo un afecto muy especial. El adolescente (ya casi se acaba eso, ¿eh? Los años también pasan por ti jajaja) con el que he compartido algún botellón, algunas amistades y miles de discusiones (casi siempre por temas estudiantiles, debe ser defecto profesional mío). Sé que no se lo digo casi nunca, pero le quiero y es una parte fundamental de mi familia.

Gracias, por supuesto, a todos mis amigos, mi otra familia, la que elegí yo, los que cada día siguen escogiéndome como parte de su vida.


Mis maestros favoritos, cómo no empezar por vosotros si he compartido este día a vuestro lado. J

Gorka, Edu, Jose, Eli… Cuando nos conocimos yo aún no había cumplido los 19 y míranos, nueve años después, más unidos que nunca, con una amistad que parece inquebrantable. Hemos superado la Universidad, los trabajos en grupo, las Oposiciones, vernos poco, brownies con ingredientes adicionales, porrones de ingredientes indefinidos, vivir cada uno en un lugar… Y siempre, siempre, hemos conseguido volver a reunirnos en algún sitio, en algún momento. Os quiero muchísimo, vosotros me habéis demostrado que era verdad eso que decían y que yo no creía: que en la
Universidad se hacen los amigos que serán para toda la vida. Hay cosas que no se pueden expresar por escrito, pero todos y cada uno de vosotros sabéis bien (eso espero) lo que siento por vosotros, cada uno con nuestros recuerdos y momentos compartidos, cada uno con su propio matiz. Nerea y Pablo, vosotros, que llegasteis más tarde, no os sintáis excluidos, formáis parte de este párrafo de igual manera

Mis niñas de Madrid, (el año que os conocí celebramos juntas mi 20 cumpleaños, ya hace 8 años de aquello); Larita y Elena, sabéis que aunque entre nosotras siempre haya tantos kms de distancia os llevo en mi corazón día a día, formáis parte de mi existencia y espero que sigáis haciéndolo siempre. A veces no es cuestión de cantidad, sino de calidad, y aunque me encantaría poder veros más a menudo, sé que estáis ahí y yo estoy para vosotras y eso, amigas mías, quizás sea lo más importante.

Mis Pedajodidos, a vosotros os conocí ya bien entrada en los 20 (24 años ya casi para 25). Vivisteis

conmigo uno de los cambios más trascendentales de mi vida y siempre habéis estado ahí. Cada uno de vosotros aporta un toque, un punto de vista especial y diferente a mi vida. El amor desmesurado y tan necesario en los tiempos que corren de Zaida, ese carácter que en el fondo tanto nos gusta de Alicia, la “maldad” (siempre en el buen sentido, yo también la poseo) y atención de Raúl… Aparecisteis en mi vida casi de casualidad, tras unas oposiciones que no me llevaron a nada y la decisión de hacer de mi licenciatura algo útil en el futuro y, fijaos… No os olvido, Francis, Carlos, Yasmina… Vosotros (los chicos) llegasteis casi al principio, Yasmina, algo después. Aún así, sois una parte imprescindible de este grupo y de mi vida, de hecho, ya no hay diferencia apenas entre los que compartimos Máster y los que no. Somos, simplemente, mucho más… Tres años compartiendo aventuras y desventuras y, amigos míos, que sean muchos más.

Mis niñas, a secas, porque aunque son mujercitas ya de 18 años (se me hicieron mayores de edad),

para mí son mis niñas, vosotras ya me conocisteis con 26 años bien entrados, en esta nueva etapa de mi vida en la que siento que todo es posible, en la que he vivido (y sigo haciéndolo) cosas que jamás pensé que podría vivir. Y, en parte, es gracias a vosotras. Me habéis aportado esa juventud que, por una cosa o por otra, había dado por perdida, las noches sin fin, los bailes sin tregua, los vídeos sin vergüenza… :P Aportáis ese toque fresco y desenfadado que tanta falta me hacía y, aunque nuestras vidas avancen en caminos diferentes, (vosotras empezáis vuestra vida universitaria, yo hace ya tres años que trabajo, por suerte, de lo que estudié hace tanto…) sé que siempre habrá un punto en el que coincidan, ese punto de convergencia en el que estaremos unidas, aunque sólo sea por las ganas de fiesta y de vivir que compartimos. El año pasado celebré este día con una fiesta sorpresa (la primera que nunca me habían hecho) y soplé 18 años. Este año no hemos podido vernos pero sé que os habéis acordado de mí y que sacaremos tiempo para celebrarlo. Gracias por formar parte de este presente y de este día.

Gracias, cómo no, a otra parte de mis amistades que no forman parte de ningún grupo de Whatapp (sí, ahora que lo pienso, cada uno de los párrafos anteriores es un grupo de Whatapp, lo que hacen las nuevas tecnologías); pero que sí comparten corazón, (el mío): Salvi, nosotros ya hace ya 12 años que nos conocemos, prácticamente nos hemos visto crecer. Contigo no hacen falta muchas palabras, así que, por una vez, no voy a extenderme.
Gracias por formar parte de mi vida, por todo el pasado compartido, por el presente, aunque estemos tan lejos, y por el futuro, porque tengo claro que seguirás ahí siempre, al igual que yo lo estaré. Carlos, nosotros que siempre nos vemos de higos a brevas pero que, pase el tiempo que pase, cuando podemos coincidir, es como si nos viéramos todos los días. Mantenemos la confianza que teníamos en aquellos años del instituto (a ti te conocí cuando tenía 14 años, de aquí eres el que más tiempo me conoce y, probablemente, uno de los que más facetas de mí ha conocido). Pese a que seamos polos opuestos en tantas, tantísimas cosas, supongo que hemos encontrado un cariño común que compartimos el uno por el otro. Sé que te acuerdas de mí, como yo de ti y que, el día que te necesite, vas a estar ahí (siempre lo has hecho). Por eso, pase lo que pase, siempre formarás parte de mis amigos. Paco,
aunque nos veamos poco, aunque las cosas hayan cambiado tanto, guardo grandes recuerdos y, al igual que a mis chicas madrileñas, hay amigos a los que no se ve mucho pero se sabe que están ahí.
Adri y Lidia, mis “sevillanos” favoritos, quizás no nos veamos casi nunca sobre todo por razones de incompatibilidad espacial (casi nunca estamos en la misma provincia) pero sigo guardándoos un cariño muy especial. Jesús y toda su familia, pase lo que pase, siempre seréis parte
de mi vida. Ángel y mi tía Pepa, otra familia que yo elegí o que, más bien, me eligió a mí (mi tía Pepa me conoce desde que nací y siempre ha sido parte de mi familia). Mi tita Inma, al fin y al cabo, dicen que las buenas amigas cuentan como hermanas y eso te convierte, directamente, en mi tita, una persona especial que me
alegro forme parte de mi vida y de los míos. Mis tíos, que aunque no tienen Facebook o yo lo desconozco, se acuerdan siempre de este día y sé que me quieren día a día como yo a ellos.

No sé si se me quedará alguien en el tintero, si es así, perdonadme. Creo que el amor se demuestra día a día, yo procuro hacerlo lo mejor que sé y esto es sólo una de las mejores maneras que conozco de reconocerlo.

Gracias por acordaros de mí, de un modo u otro, en este día. Espero seguir cumpliendo muchos más y que sea, como no, a vuestro lado.

Así… da gusto. Os quiero.




miércoles, 30 de septiembre de 2015

UNO MÁS UNO NO ES IGUAL QUE DOS

Uno más uno son dos. Matemáticamente, nadie se atrevería a cuestionar esta verdad. Si tengo un lápiz sobre la mesa y pongo otro lápiz sobre la mesa, un lápiz más un lápiz: dos lápices. La cuestión, el quid, el matiz quizás, es el modo en que traducimos el lenguaje algebraico, esas dos líneas paralelas entre sí que llamamos “igual”. Hacemos igualdades por hablar de equivalencias y en términos matemáticos es una expresión exacta y correcta. Pero… cuando queremos hablar de otras cosas ajenas a las matemáticas e incluimos jerga propia de este lenguaje en nuestro hablar cotidiano, a veces, confundimos términos.
Uno más uno son dos, efectivamente, pero eso no significa que uno más uno sea lo mismo que dos. Al menos, no cuando ya no estamos hablando de números. Un pato más otro pato son dos patos, pero sin duda los patos se quejarían si alguno de nosotros dudara de su integridad como pato único, como unidad. Cuando tengo dos unidades y las sumo entre sí, obtengo como resultado seguro el número dos, pero eso no quiere decir que hayan dejado de ser uno más uno…

¿Y a qué viene todo esto? Supongo que últimamente mi vida se rodea de amores y desamores inesperados que cada uno se toma como puede. Desamores que rompen corazones y sacan el lado oscuro de las personas despechadas. Amores que nacen cuando y donde menos lo esperas y devuelven a la vida una ilusión que parecía perdida. Sonrisas absurdas que nacen de corazones aparentemente destrozados que han resucitado sin avisar… Y, de todo este revuelto de sentimientos y emociones, nace esta idea: somos únicos. Aunque nos enamoremos, aunque nuestros corazones se enreden más allá de los razonablemente sano, aunque las mariposas en el estómago a veces parezcan águilas reales aleteando dentro de nosotros… Seguimos siendo únicos. No necesitamos a nadie más para seguir respirando, para que el corazón siga latiendo, para que todas nuestras funciones vitales continúen intactas. ¿Y a nivel emocional? Pues tampoco. Obviamente queremos tener a nuestro lado personas que se preocupen por nosotros, que nos cuiden, que nos hagan sentir especiales. Nuestros amigos, nuestros familiares… son personas que pueden darnos todo eso pero, sin duda, y como bien decían en Moulin Rouge: “La cosa más hermosa de este mundo es amar y ser amado…” Nada como mirar a alguien y ver en sus ojos reflejado el amor que los tuyos desprenden. Nada como sentir que, pase lo que pase, hay un alma que piensa en ti, que se acuerda de ti, que será tu apoyo y tu pilar para que construyas, sobre él, todos tus sueños. ¿O debería decir vuestros sueños?

A veces me pregunto si es verdad eso de la media naranja… Eso de que todos tenemos, en alguna parte del mundo, alguien que encaja perfectamente con nuestra persona, como si la completara, como si, de algún modo, nos hiciera encontrar aquello que en alguna parte de nuestro corazón faltaba. A veces me pregunto si nuestras expectativas en ella no son demasiado altas y, sobre todo, demasiado inútiles.
Nuestra media naranja… No quiere decir que no estemos completos sin ella, podemos entender que hoy en día somos capaces de vivir solos y felices durante mucho tiempo. Muchas personas están convencidas de ello y, sin embargo, siguen teniendo fe en el tema de la media naranja. Probablemente yo sea una de ellas. Pero voy matizando cada vez más la idea. ¿Por qué una sola? ¿Acaso no puedo tener dos, tres o cuatro medias naranjas? Supongo que una naranja no tiene tantas maneras de cortarse, al fin y al cabo. ¿No podría encajar conmigo más de una persona en toda mi vida? En términos matemáticos (parece que hoy me persiguen) es posible que el hecho de hablar de “mitad” no sea compatible con hablar de más de una mitad, pero… media naranja es tan sólo lo que me queda de una naranja cuando la corto en dos pedazos y cojo uno de ellos. ¿Cuántos otros pedazos de otras miles de naranjas puedo tener que encajen? De nuevo retomo el término del principio, ¿cuántas otras unidades independientes pueden casar perfectamente la una con la otra para crear ese fabuloso y mítico dos formado, esta vez sí, por uno más uno?
Soy romántica. Creo en el amor de verdad, en las personas que son tal para cual, en esa sonrisa que nace sin que sepas por qué… Creo en las medias naranjas y en las almas gemelas, ¿cómo no hacerlo, si comprobé su existencia? Lo que no tengo tan claro es que sean personas que tengan que estar juntas necesariamente, ni que el destino vaya a hacer magia para unirlas a pesar de los miles de obstáculos que surjan entre ellas, ni que haya una varita mágica que les dé un final feliz, tarde o temprano (y suele ser tarde, después de miles de errores y malentendidos). Pese a ello, disfruta mucho más del amor y de sus minudencias tal vez por eso, porque me enamoro de todo un poco, porque las pequeñas cosas para mí siempre son las más grandes y porque, aunque sigo siendo “la princesa de los cuentos de hadas”, hoy soy consciente de que mi cuento lo escribo yo y de que a veces he tenido que pasar página aún sin decidirlo, así como a veces han aparecido capítulos en mi vida inesperados que me encantaría poder seguir escribiendo para siempre…

Haya encontrado o no a mi media naranja a día de hoy, (no es de lo que siento o no de lo que estoy hablando) lo que tengo claro es que ya no busco una persona que se adapte a mis sueños ni yo pienso adaptarme a los sueños de otro. Creo que la verdadera felicidad radica en encontrar a alguien que, en solitario, tuviera los mismos sueños que estando contigo y que la única diferencia radique en tu presencia en los mismos.  Es decir, hay que cambiar siempre pequeños detalles, adaptarse, amoldarse a las necesidades de otro, porque al fin y al cabo, uno más uno sigue siendo algo muy distinto a uno solo pero… los sueños, las aspiraciones, las cosas importantes, las que estoy convencida no se pueden cambiar… esas deben permanecer intactas y, para ellos, sería conveniente que fueran, de algún modo, compartidas. Y, de hecho, creo que todo lo que hagamos por la otra persona, en el fondo, debemos hacerlo por nosotros mismos, porque estando ahí, con esa persona, nos sintamos felices, completos; y no por hacer favor alguno. Sólo cuando el “sacrificio” no es percibido como tal, porque realmente no lo es, porque es algo que nace voluntariamente de uno, somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos por otros. Y eso sí forma parte del amor, poder elegir qué deseamos hacer y seguir haciendo lo mismo.

De los desamores de mi alrededor que comenté al principio surgieron ciertas conversaciones en las que la idea de ser dos parecía la única opción para ser feliz. Como si vivir como el uno que somos no fuera suficiente, como si necesitáramos, necesariamente, convertirnos en un dos. Como si no buscarlo, como si disfrutar de nuestra soledad de uno, no fuera propio de personas “normales” o, al menos, de buen corazón.

He escuchado últimamente tantas críticas hacia eso. Tantas personas que han criticado a otras solo porque no quieren una relación estable o parecen no quererla. Como si eso pudiera elegirse. Como si eso dijera algo de nosotros… Tener una relación estable o buscarla no indica que se sea mejor o peor persona. No creo que el hecho de anhelar siempre compartir con alguien cada minuto de tu vida nos haga mejores personas, al contrario, quizás se trate de personas más necesitadas o menos seguras de sí mismas. Tampoco creo que el ideal de vida sea cambiar cada noche de acompañante. Lo único que digo es que la elección de tu forma de actuar y vivir el amor es cosa de cada uno y que buscar pareja estable no es sinónimo de ser una persona fiel, cariñosa, buena y perfecta; así como no buscarla tampoco lleva implícito en sí defecto alguno. Últimamente he escuchado demasiados reproches con respecto a elegir una vida de “libertad” frente a una vida “en pareja”, como si los que quieren una pareja fueran mejores personas que los que no la tienen o, peor aún, los que no la buscan. Muchos de los que queremos tener pareja para luego tener una familia y demás historias no pensamos nada de eso pero otros se creen con el poder de juzgar a los que han decidido disfrutar de la vida hasta que su corazón se adentre de nuevo en algún cuento de insospechado final. Parece que sea pecado a estas alturas de la vida. O parece que sea de santos el querer ser un novio fiel y leal a las viejas costumbres. Simplemente, son formas de pensar en momentos determinados de la vida. No se es ni mejor ni peor. Quizás a veces el soltero está más preparado para tener una pareja que el que la busca por todos los rincones porque, precisamente, no parece necesitarla realmente y podrá elegir sin el corsé de la necesidad o de la angustia por no estar solo. 

Una pareja no es sólo compañía, implica (o debe implicar) mucho más. Y, para eso, debemos amar a alguien por encima de todas las cosas: a nosotros mismos. Y sólo nos amamos a nosotros, por desgracia, cuando no quedan otras opciones, porque nos sentimos egoístas, porque parece que está mal. Sin embargo, sólo cuando nos amamos a nosotros mismos estamos preparados de verdad para tener una pareja. Ir de una pareja a otra dando saltos como si la soledad nos asustara, como si no pudiéramos estar solos, es un error. Porque estar con alguien por no estar solos es, simplemente, inaceptable.
Además, elegir tener pareja estable o no realmente no es una realidad. El corazón elige cuándo desea compartir con alguien algo más o no. Puedes prometer amor eterno y que tus sentimientos desaparezcan igual que puedes jugar con fuego, prometer libertad y ausencia de compromisos… y que el corazón se te enrede más de lo esperado. No podemos controlar al amor, de ahí su magia…

Sí, he aprendido algo durante este tiempo, sobre todo el tiempo que estuve en soledad. Sé que aunque sigo siendo una soñadora que sabe que cuando mi corazón habla todo lo demás calla, que sigo dejándome llevar por lo que siento aunque mi cabeza me diga que me voy a hacer daño tarde o temprano, que sigo apostando aún cuando el juego está perdido desde el principio; también he dejado de aferrarme desesperadamente a lo que sea sólo por no estar sola. Mi corazón sigue jugándomela cuando le parece, para qué negarlo, y he vuelto a enamorarme en algún momento aunque no fuera el camino establecido. Pero soy consciente de que el amor en mí ya no es un amor por necesidad, como antes. Es un amor que nace porque sí y que, simplemente, se sabe más feliz con una persona determinada que con el resto. Es un amor que nace del deseo y no de la necesidad. Puedo estar sola, pero hay personas que me hacen pensar que quizás pueda sacrificar parte de mi libertad a cambio de compartir un espacio nuevo y hermoso.


Soy feliz conmigo misma, por eso sé que, ahora más que nunca, podría ser feliz de verdad con alguien. El verdadero amor no consiste en estar con alguien porque “no puedo vivir sin ti”, por muy romántico que suene. El verdadero sentimiento, al menos para mí, radica en una frase mucho más simple: “Puedo vivir sin ti… pero no quiero.” Es un matiz, un detalle… pero sólo cuando somos capaces de estar solos, de ser felices y sentirnos completos como unidad, ser ese 1 travieso cargado de identidad única, podremos buscar otro 1, igualmente completo, para hacer la suma y convertirnos, aparentemente, en 2, aunque nunca perdamos de vista que, como dice Sabina: “… pero 2, no es igual que uno más uno…”