Uno más uno son dos.
Matemáticamente, nadie se atrevería a cuestionar esta verdad. Si tengo un lápiz
sobre la mesa y pongo otro lápiz sobre la mesa, un lápiz más un lápiz: dos
lápices. La cuestión, el quid, el matiz quizás, es el modo en que traducimos el
lenguaje algebraico, esas dos líneas paralelas entre sí que llamamos “igual”.
Hacemos igualdades por hablar de equivalencias y en términos matemáticos es una
expresión exacta y correcta. Pero… cuando queremos hablar de otras cosas ajenas
a las matemáticas e incluimos jerga propia de este lenguaje en nuestro hablar
cotidiano, a veces, confundimos términos.
Uno más uno son dos,
efectivamente, pero eso no significa que uno más uno sea lo mismo que dos. Al
menos, no cuando ya no estamos hablando de números. Un pato más otro pato son
dos patos, pero sin duda los patos se quejarían si alguno de nosotros dudara de
su integridad como pato único, como unidad. Cuando tengo dos unidades y las
sumo entre sí, obtengo como resultado seguro el número dos, pero eso no quiere
decir que hayan dejado de ser uno más uno…
¿Y a qué viene todo esto?
Supongo que últimamente mi vida se rodea de amores y desamores inesperados que
cada uno se toma como puede. Desamores que rompen corazones y sacan el lado
oscuro de las personas despechadas. Amores que nacen cuando y donde menos lo
esperas y devuelven a la vida una ilusión que parecía perdida. Sonrisas
absurdas que nacen de corazones aparentemente destrozados que han resucitado
sin avisar… Y, de todo este revuelto de sentimientos y emociones, nace esta
idea: somos únicos. Aunque nos enamoremos, aunque nuestros corazones se enreden
más allá de los razonablemente sano, aunque las mariposas en el estómago a
veces parezcan águilas reales aleteando dentro de nosotros… Seguimos siendo
únicos. No necesitamos a nadie más para seguir respirando, para que el corazón
siga latiendo, para que todas nuestras funciones vitales continúen intactas. ¿Y
a nivel emocional? Pues tampoco. Obviamente queremos tener a nuestro lado
personas que se preocupen por nosotros, que nos cuiden, que nos hagan sentir
especiales. Nuestros amigos, nuestros familiares… son personas que pueden
darnos todo eso pero, sin duda, y como bien decían en Moulin Rouge: “La cosa
más hermosa de este mundo es amar y ser amado…” Nada como mirar a alguien y ver
en sus ojos reflejado el amor que los tuyos desprenden. Nada como sentir que,
pase lo que pase, hay un alma que piensa en ti, que se acuerda de ti, que será
tu apoyo y tu pilar para que construyas, sobre él, todos tus sueños. ¿O debería
decir vuestros sueños?
A veces me pregunto si es verdad
eso de la media naranja… Eso de que todos tenemos, en alguna parte del mundo,
alguien que encaja perfectamente con nuestra persona, como si la completara,
como si, de algún modo, nos hiciera encontrar aquello que en alguna parte de
nuestro corazón faltaba. A veces me pregunto si nuestras expectativas en ella
no son demasiado altas y, sobre todo, demasiado inútiles.
Nuestra media naranja… No quiere
decir que no estemos completos sin ella, podemos entender que hoy en día somos
capaces de vivir solos y felices durante mucho tiempo. Muchas personas están
convencidas de ello y, sin embargo, siguen teniendo fe en el tema de la media
naranja. Probablemente yo sea una de ellas. Pero voy matizando cada vez más la
idea. ¿Por qué una sola? ¿Acaso no puedo tener dos, tres o cuatro medias
naranjas? Supongo que una naranja no tiene tantas maneras de cortarse, al fin y
al cabo. ¿No podría encajar conmigo más de una persona en toda mi vida? En
términos matemáticos (parece que hoy me persiguen) es posible que el hecho de
hablar de “mitad” no sea compatible con hablar de más de una mitad, pero… media
naranja es tan sólo lo que me queda de una naranja cuando la corto en dos
pedazos y cojo uno de ellos. ¿Cuántos otros pedazos de otras miles de naranjas
puedo tener que encajen? De nuevo retomo el término del principio, ¿cuántas
otras unidades independientes pueden casar perfectamente la una con la otra
para crear ese fabuloso y mítico dos formado, esta vez sí, por uno más uno?
Soy romántica. Creo en el amor
de verdad, en las personas que son tal para cual, en esa sonrisa que nace sin
que sepas por qué… Creo en las medias naranjas y en las almas gemelas, ¿cómo no
hacerlo, si comprobé su existencia? Lo que no tengo tan claro es que sean
personas que tengan que estar juntas necesariamente, ni que el destino vaya a
hacer magia para unirlas a pesar de los miles de obstáculos que surjan entre
ellas, ni que haya una varita mágica que les dé un final feliz, tarde o
temprano (y suele ser tarde, después de miles de errores y malentendidos). Pese
a ello, disfruta mucho más del amor y de sus minudencias tal vez por eso,
porque me enamoro de todo un poco, porque las pequeñas cosas para mí siempre
son las más grandes y porque, aunque sigo siendo “la princesa de los cuentos de
hadas”, hoy soy consciente de que mi cuento lo escribo yo y de que a veces he
tenido que pasar página aún sin decidirlo, así como a veces han aparecido
capítulos en mi vida inesperados que me encantaría poder seguir escribiendo para
siempre…
Haya encontrado o no a mi media
naranja a día de hoy, (no es de lo que siento o no de lo que estoy hablando) lo
que tengo claro es que ya no busco una persona que se adapte a mis sueños ni yo
pienso adaptarme a los sueños de otro. Creo que la verdadera felicidad radica
en encontrar a alguien que, en solitario, tuviera los mismos sueños que estando
contigo y que la única diferencia radique en tu presencia en los mismos. Es decir, hay que cambiar siempre pequeños
detalles, adaptarse, amoldarse a las necesidades de otro, porque al fin y al
cabo, uno más uno sigue siendo algo muy distinto a uno solo pero… los sueños,
las aspiraciones, las cosas importantes, las que estoy convencida no se pueden
cambiar… esas deben permanecer intactas y, para ellos, sería conveniente que
fueran, de algún modo, compartidas. Y, de hecho, creo que todo lo que hagamos
por la otra persona, en el fondo, debemos hacerlo por nosotros mismos, porque
estando ahí, con esa persona, nos sintamos felices, completos; y no por hacer
favor alguno. Sólo cuando el “sacrificio” no es percibido como tal, porque realmente
no lo es, porque es algo que nace voluntariamente de uno, somos capaces de dar
lo mejor de nosotros mismos por otros. Y eso sí forma parte del amor, poder
elegir qué deseamos hacer y seguir haciendo lo mismo.
De los desamores de mi alrededor
que comenté al principio surgieron ciertas conversaciones en las que la idea de
ser dos parecía la única opción para ser feliz. Como si vivir como el uno que
somos no fuera suficiente, como si necesitáramos, necesariamente, convertirnos
en un dos. Como si no buscarlo, como si disfrutar de nuestra soledad de uno, no
fuera propio de personas “normales” o, al menos, de buen corazón.
He escuchado últimamente tantas
críticas hacia eso. Tantas personas que han criticado a otras solo porque no
quieren una relación estable o parecen no quererla. Como si eso pudiera
elegirse. Como si eso dijera algo de nosotros… Tener una relación estable o
buscarla no indica que se sea mejor o peor persona. No creo que el hecho de
anhelar siempre compartir con alguien cada minuto de tu vida nos haga mejores
personas, al contrario, quizás se trate de personas más necesitadas o menos
seguras de sí mismas. Tampoco creo que el ideal de vida sea cambiar cada noche
de acompañante. Lo único que digo es que la elección de tu forma de actuar y
vivir el amor es cosa de cada uno y que buscar pareja estable no es sinónimo de
ser una persona fiel, cariñosa, buena y perfecta; así como no buscarla tampoco
lleva implícito en sí defecto alguno. Últimamente he escuchado demasiados
reproches con respecto a elegir una vida de “libertad” frente a una vida “en
pareja”, como si los que quieren una pareja fueran mejores personas que los que
no la tienen o, peor aún, los que no la buscan. Muchos de los que queremos
tener pareja para luego tener una familia y demás historias no pensamos nada de
eso pero otros se creen con el poder de juzgar a los que han decidido disfrutar
de la vida hasta que su corazón se adentre de nuevo en algún cuento de insospechado
final. Parece que sea pecado a estas alturas de la vida. O parece que sea de
santos el querer ser un novio fiel y leal a las viejas costumbres. Simplemente,
son formas de pensar en momentos determinados de la vida. No se es ni mejor ni
peor. Quizás a veces el soltero está más preparado para tener una pareja que el
que la busca por todos los rincones porque, precisamente, no parece necesitarla
realmente y podrá elegir sin el corsé de la necesidad o de la angustia por no
estar solo.
Una pareja no es sólo compañía, implica (o debe implicar) mucho
más. Y, para eso, debemos amar a alguien por encima de todas las cosas: a
nosotros mismos. Y sólo nos amamos a nosotros, por desgracia, cuando no quedan
otras opciones, porque nos sentimos egoístas, porque parece que está mal. Sin
embargo, sólo cuando nos amamos a nosotros mismos estamos preparados de verdad
para tener una pareja. Ir de una pareja a otra dando saltos como si la soledad
nos asustara, como si no pudiéramos estar solos, es un error. Porque estar con
alguien por no estar solos es, simplemente, inaceptable.
Además, elegir tener pareja
estable o no realmente no es una realidad. El corazón elige cuándo desea
compartir con alguien algo más o no. Puedes prometer amor eterno y que tus
sentimientos desaparezcan igual que puedes jugar con fuego, prometer libertad y
ausencia de compromisos… y que el corazón se te enrede más de lo esperado. No
podemos controlar al amor, de ahí su magia…
Sí, he aprendido algo durante
este tiempo, sobre todo el tiempo que estuve en soledad. Sé que aunque sigo
siendo una soñadora que sabe que cuando mi corazón habla todo lo demás calla,
que sigo dejándome llevar por lo que siento aunque mi cabeza me diga que me voy
a hacer daño tarde o temprano, que sigo apostando aún cuando el juego está
perdido desde el principio; también he dejado de aferrarme desesperadamente a
lo que sea sólo por no estar sola. Mi corazón sigue jugándomela cuando le parece,
para qué negarlo, y he vuelto a enamorarme en algún momento aunque no fuera el
camino establecido. Pero soy consciente de que el amor en mí ya no es un amor
por necesidad, como antes. Es un amor que nace porque sí y que, simplemente, se
sabe más feliz con una persona determinada que con el resto. Es un amor que
nace del deseo y no de la necesidad. Puedo estar sola, pero hay personas que me
hacen pensar que quizás pueda sacrificar parte de mi libertad a cambio de
compartir un espacio nuevo y hermoso.
Soy feliz conmigo misma, por eso
sé que, ahora más que nunca, podría ser feliz de verdad con alguien. El
verdadero amor no consiste en estar con alguien porque “no puedo vivir sin ti”,
por muy romántico que suene. El verdadero sentimiento, al menos para mí, radica
en una frase mucho más simple: “Puedo vivir sin ti… pero no quiero.” Es un
matiz, un detalle… pero sólo cuando somos capaces de estar solos, de ser
felices y sentirnos completos como unidad, ser ese 1 travieso cargado de
identidad única, podremos buscar otro 1, igualmente completo, para hacer la
suma y convertirnos, aparentemente, en 2, aunque nunca perdamos de vista que,
como dice Sabina: “… pero 2, no es igual que uno más uno…”
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