INFIELES
Es curioso cómo el tema de la fidelidad y de la
infidelidad ha venido a mí estos


Había matices, los que todos también tenemos. Esas
pequeñas “excepciones” en las que mucho, muchísimo alcohol en vena podría ser
un justificante medianamente válido en caso de una infidelidad, sobre todo si
se trata de enrollarse con otros y no llega a más, aunque incluso llegando a
más, si el punto de alcoholismo es tal que uno deja de tener control sobre sí
mismo, podría incluso llegar a culparse a la persona que se aprovecha de ese
estado antes que a tu pareja aunque, sin duda, sigue doliendo saber que ha
habido alguien más con la persona con la que compartes todo.

Partiendo de estas creencias ingenuas de mi yo de
quince años, he de decir que la vida y las experiencias hicieron que me lo
replanteara todo y que esas certezas que todos los tópicos nos muestran, esas
frases típicas de “no dejes a alguien que amas y que te ama sólo por alguien
que quiere una noche contigo”, o “hay alguien que piensa en ti todo el tiempo,
no lo traiciones por alguien que sólo quiere conquistarte una noche”, o que no
“elijas a alguien para quien sólo eres alguien más cuando hay otra persona para
la que eres únic@”, perdieran todo su sentido y tuviera que mirarlas con otra
perspectiva.
Y es que siempre se parte de una misma base cuando
hablamos de ser infieles: que hay una parte de la pareja (a la que engañan) que
es entregada, que ama, que no le ha fallado a la otra ni le ha dado ningún
motivo para sentirse sólo, angustiado, triste o decepcionado; que hay una parte
de la pareja que es perfecta y que la otra, por puro egoísmo, ha decidido
olvidar ese amor incondicional que la otra persona le da para irse con el
primero que pasa. Y siempre se observa desde la perspectiva de esta persona
resignada y engañada que ve cómo todo en lo que creía se desmorona, que siente
que la persona en la que más confiaba la ha engañado y decepcionado, que se
queda sola o que tiene que decidir si perdonar lo imperdonable y tratar de
restaurar una confianza totalmente quebrada o romper para siempre con una
relación en la que ella (o él) sí que había puesto todo su amor y esfuerzo.

Pero en una infidelidad somos 3, (de ahí lo de que
tres son multitud): la persona
engañada, la persona que es infiel y la persona
que es amante, ese tercero en discordia al que también se tiende a culpar en
demasía cuando, sinceramente, suele ser el menos responsable de lo que pase. 
Por otro lado, tampoco se analiza nunca qué ha
podido pasar por la mente y el corazón del infiel. Se da por hecho que lo ha
hecho porque sí, por debilidad del cuerpo o porque le da igual su pareja.
Algunos dejan caer que sí, que puede que haya dejado de amar a su pareja, pero
que aún así no es excusa porque en ese caso lo mejor es dejar a tu pareja y ya
está. Curioso hablar desde fuera, porque a veces las cosas son más complejas de
lo que parecen. En una pareja lo ideal es amarse y ser correspondido.
Supuestamente así es como dos personas empiezan a estar juntas de verdad. Pero,
con el paso del tiempo, ese amor puede mantenerse (sigue siendo lo ideal) o no
y, sobre todo, puede ser igual de intenso y fuerte, aunque cambie de forma, o
puede ir mitigándose y empezar a ser, tan sólo, la fuerza de costumbre. Ante
eso muchos volverán a su primera teoría: romper la pareja. Pero cuando el amor que
sentías deja de existir tan poco a poco, arrasado por la rutina, por las
discusiones que no han llevado a ninguna parte, por los
errores de uno de y
otro, por el orgullo tragado, por el dolor que hemos sufrido… es difícil
entender que realmente el amor ha muerto y que lo que queda es, simple y
llanamente, la necesidad de estar con la persona con la que llevas ya tantos
años compartiéndolo todo. Para romper una relación hace falta mucho valor o una
certeza absoluta de que es la mejor decisión porque supone romper con todo lo
que conocías y quedarte solo en un lugar que es desconocido e incómodo para ti.
Supone, además, romper con otras personas (familiares, amigos comunes que
comenzaron siendo amigos de la otra persona…), con costumbres (la comida de los
sábados, los paseos por la tarde…, con rutinas agradables (el mensaje de buenas
noches, el saber que siempre hay alguien a quien contarle tus cosas, sean o no
importantes)… y, por tanto, no es una decisión que se tome a la ligera. A
veces, es que ni siquiera se nos plantea. Estamos tan situados en un lugar, con
una persona, que por mucho que sintamos que algo está fallando, por mucho daño
que nos hagan, por mucho que sepamos que podríamos ser más felices con otras
personas, preferimos lo “malo conocido que lo bueno por conocer.” Y es ahí, en
esa tesitura, cuando aparece “lo bueno por conocer” y nos descompone todo lo
que habíamos creado hasta entonces. De nuevo los ingenuos dirán que vuelve a
ser el momento para romper. Estoy de acuerdo, pero no siempre es sencillo y, ya
se sabe, ser cobarde es parte de nosotros. Es ahí, en esa tesitura, cuando la
persona con la que estás no te da lo que necesitas, cuando te sientes solo,
abandonado, triste y, aún así, sabes que vas a luchar por intentar mejorar lo
que tienes; cuando el hecho de que aparezca esa otra persona que te mira como
si fueras especial, que te aconseja, que te mima, que te entrega todo eso que
te falta en tu pareja, te hace cometer ese pecado que nadie duda en señalar:
ser infiel. Y sí, engañas a tu pareja y muchos dirán que te engañas a ti mismo
por seguir con alguien a quien no amas cuando hay otra persona de por medio
pero eso vuelve a ser simplificar mucho las cosas. Porque puedes seguir amando
a tu pareja pero vivir desencantad@ y enamorarte sin querer de la otra persona
aunque no lo suficiente como para dejarlo todo por él/ella. Tarde o temprano la
situación se aclarará y me dirá todo el mundo que mientras tanto, mejor no
engañar a tu pareja pero… a veces el corazón dicta las normas y cuando sientes
que la persona que tendría que hacerte feliz no lo hace aunque desearías que
así fuera y que otra persona, que quizás no es la que quieres que lo haga, te
hace feliz, no te queda otra que ser fiel a ti mism@ y a tu propia felicidad y
dejarte llevar pensando, por una vez, sólo en ti. Ser fiel a ti mismo aunque
eso suponga ser infiel a otros, que tu propia felicidad sea el objetivo esta
vez, después quizás de tantos años en post de la felicidad de otro, aunque tu
felicidad suponga, ahora, su desgracia. Ser egoísta, si se quiere ver así, pues
parece que el amor propio está siempre mal visto. Yo he sido infiel y sé que no es lo mejor que he hecho en mi vida pero, sinceramente, no me arrepiento. Sé que si volviera atrás en las mismas circunstancias, volvería a hacer lo mismo. Era lo que necesitaba en aquel momento de desesperación, aferrarme a alguien que me daba todo aquello que yo anhelaba en la persona que me acompañaba. Y no podía ni quería realmente dejar a mi pareja porque lo que quería era que fuera mi pareja quien me diera todo aquello. Pero no lo hacía y me refugié en alguien que me hizo feliz y que, por desgracia, no pudo darme nada más ni yo a él. Y no, no fuimos dos infieles que se regocijaban de lo que hacían. Y no nos divertimos por estar haciendo sufrir a una tercera persona (que por otra parte no sufría porque, ya se sabe, ojos que no ven…) ni nos sentimos orgullosos jamás de ello pero… sé que volveríamos a hacerlo porque era lo que queríamos. Era lo que necesitábamos. Era lo que nuestro corazón nos dictó, estuviera o no mal a ojos del mundo. Así que quién quiera juzgarme, mirarme por encima del hombro o criticarme por lo que hice, es bienvenido. Cuando sienta lo que yo sentí, cuando se vean en la situación en la que yo estuve, que me cuenten qué habrían hecho. Yo no me siento orgullosa pero tampoco arrepentida. No pretendo justificarme ni que nadie lo comprenda pero sí que nadie se crea mejor que yo porque, sinceramente, no me siento mala persona por lo que pasó.
Y, por último, nunca se pregunta a la víctima del
engaño si entiende por qué le han hecho eso. Nunca se trata de dar la vuelta a
la tortilla y pensar que quizás esa persona, ahora triste y despechada, no
estaba “buscando”, de algún modo, que le pasara eso. Si no había descuidado de
sobremanera a la persona con la que estaba. Quizás incluso él o ella fueron
infieles antes de ser víctimas de una infidelidad. Quizás hubo tantos
desplantes, tantas palabras dañinas, tantos enfados y discusiones absurdas que,
sin que se diera cuenta, la otra persona fue viendo minado su amor y su
confianza y, de algún modo, dejó de pensar que debía seguir teniéndole ese
respeto, que tenía que guardar fidelidad aunque su corazón ya no lo exigiera,
aunque su cuerpo y su alma chillaran por unas migas de amor, aunque fuera
ajeno. Alguien me dirá ahora de nuevo que por muy mal que te portes con tu
pareja, lo que tiene que hacer tu pareja es dejarte antes que engañarte pero…
¿qué pasa si no quiere dejarte? ¿Qué pasa si lo único que quiere es que le
hagas caso, que le quieras, que vuelvas a mirarla/o como lo hacías al
principio? ¿Qué pasa si en su lucha por encontrar lo que ya siente perdido las
fuerzas se le acaban y encuentra en otros brazos lo que buscaba en los tuyos?
¿Es realmente sólo culpa suya? Hace años escuché a unos amigos instar al que
era mi pareja a “cuidarme” porque si no “me iría con otro” porque,
prácticamente “me estaba empujando a ello” y aunque en aquel momento di por
hecho que eso no pasaría (no de nuevo), sé que era la esencia de lo que podía
ocurrir. A veces amas a alguien lo suficiente para aguantar todo lo que te pase
pero el poco amor propio que te queda lo inviertes en consolarte como puedes y
yo tuve la suerte de contar con una fuente de amor adicional que, como ya he
dicho antes, no podía llegar a más pero que fue, para mí, mucho más que un
simple engaño a la vez que me sirvió para poder seguir adelante con todo sin
dejar de hacer lo que mi corazón me dictaba: luchar por la relación añeja y ser
feliz con los pequeños detalles que la otra persona me regalaba.
Así que sí, he vivido la infidelidad en las tres
vertientes, podría decirse, y no me creo mejor ni peor que nadie. Ser infiel no
es bueno y nunca, nunca sale bien. Pero a veces es una salida que, tarde o
temprano, te lleva a tomar las decisiones que de otro modo se habrían quedado
eternamente en el tintero. Sí, ahora pienso que tendría que haber dejado a mi
pareja pero… eso es ahora, con la perspectiva del tiempo, con las cosas que han
pasado, con los sentimientos actuales. En aquel entonces no sentía ni pensaba
así y aquello fue, tan sólo, el inciso que necesitaba para que, tarde o
temprano, todo estallara y se tomaran las decisiones oportunas. Acertadas o no,
eso es otra historia…

Yo, que en un momento de mi vida llegué a pensar que
quizás era una persona infiel por naturaleza, he vuelto a mi ser y me he dado
cuenta de que seré fiel hasta la muerte a la persona a la que ame y que me dé un
poco de ese amor de vuelta. Porque cuando siento eso por alguien no necesito a
nadie más, aunque no sea mi pareja, aunque no haya ningún contrato ni
compromiso firmado. Aunque no sea lo que se espera de mí, aunque no tenga
consecuencias. Es lo que siento y es lo que hago. Nadie tiene que pedírmelo ni
tenemos que concretar si vamos o no a acostarnos con otras personas. No lo voy
a hacer porque no quiero. Porque “te quiero.” Hoy tengo muy claro esta realidad
que se me ha presentado como certeza no hace tanto. Mi naturaleza es ser fiel,
porque cuando me enamoro mi corazón no me deja espacio para nadie más, aunque
esa persona no me corresponda, aunque no seamos pareja, aunque no me haya
pedido nada. Pero la experiencia me ha contado tantas cosas que aún teniendo claro
que seré leal y fiel como un perrito de compañía a la persona a la que mi
corazón decida (esté o no esa persona de acuerdo, seamos o no pareja); nunca
juzgaré una infidelidad antes de conocer a las tres personas implicadas en
ella, los tres lados de ese mismo triángulo del que, si sólo nos quedamos una
parte, perdemos totalmente la perspectiva.


“Quizás
la infidelidad sea un pecado de difícil perdón, pero la infelicidad es, sin
duda, un pecado imperdonable.”
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