jueves, 8 de octubre de 2015

INFIELES

INFIELES

Es curioso cómo el tema de la fidelidad y de la infidelidad ha venido a mí estos
últimos días casi sin que me diera cuenta. Comenzó siendo un pensamiento que tuve acerca de mí misma, de ser fiel aún cuando no hay por qué, de saber que el corazón elige a quién desea deberle ese respeto o, más bien, a quién no quieres realmente engañar porque, sea o no tu pareja, tu mente y tu cuerpo sólo tienen ganas de ella. Continuó con una charla casual acerca de posibles infidelidades del pasado y, por último, con un comentario inocente que leí, los tópicos acerca del tema y lo que me remueven por dentro, porque yo, que siempre tuve claras esas certezas de dichos tópicos, viví en mis carnes la realidad y ya no puedo pensar igual acerca del tema.

Desde que tuve uso de mi conciencia y de lo que podía ser una pareja lo tuve claro (como supongo que todos lo hemos tenido claro alguna vez): las infidelidades son intolerables. Desde mi inocencia y mi poca experiencia creía a pies juntillas lo que siempre se dice: cuando estás con alguien es porque lo amas y lo respetas, engañarlo es hacerle daño y faltarle al respeto y eso no se hace con alguien te ama y a quién tú amas. Además, si en algún momento la base de esa premisa falla, es decir, si dejas de amar con esa fuerza necesaria para ser fiel a la persona con la que estás, lo lógico es dejar a tu pareja y ya está, no hace falta en engañarla con nadie. Así pues, una infidelidad era, para mí, imperdonable y, por supuesto, romántica como siempre fui, nunca se me pasó por la cabeza que la infiel fuera a ser yo.

Había matices, los que todos también tenemos. Esas pequeñas “excepciones” en las que mucho, muchísimo alcohol en vena podría ser un justificante medianamente válido en caso de una infidelidad, sobre todo si se trata de enrollarse con otros y no llega a más, aunque incluso llegando a más, si el punto de alcoholismo es tal que uno deja de tener control sobre sí mismo, podría incluso llegar a culparse a la persona que se aprovecha de ese estado antes que a tu pareja aunque, sin duda, sigue doliendo saber que ha habido alguien más con la persona con la que compartes todo.

Y sí, creo que en parte el problema de la infidelidad no es que nos creamos realmente que está mejor o peor hecho, lo que ocurre es que duele. Duele, porque cuando compartimos con alguien nuestro cuerpo y parte de nuestro corazón, lo hacemos nuestro y hay cosas que no se comparten. Es simple y está claro, duele, que te engañen duele, y ninguno queremos eso para nosotros mismos y tampoco, por tanto, pretendemos hacérselo a los demás.
Partiendo de estas creencias ingenuas de mi yo de quince años, he de decir que la vida y las experiencias hicieron que me lo replanteara todo y que esas certezas que todos los tópicos nos muestran, esas frases típicas de “no dejes a alguien que amas y que te ama sólo por alguien que quiere una noche contigo”, o “hay alguien que piensa en ti todo el tiempo, no lo traiciones por alguien que sólo quiere conquistarte una noche”, o que no “elijas a alguien para quien sólo eres alguien más cuando hay otra persona para la que eres únic@”, perdieran todo su sentido y tuviera que mirarlas con otra perspectiva.

Y es que siempre se parte de una misma base cuando hablamos de ser infieles: que hay una parte de la pareja (a la que engañan) que es entregada, que ama, que no le ha fallado a la otra ni le ha dado ningún motivo para sentirse sólo, angustiado, triste o decepcionado; que hay una parte de la pareja que es perfecta y que la otra, por puro egoísmo, ha decidido olvidar ese amor incondicional que la otra persona le da para irse con el primero que pasa. Y siempre se observa desde la perspectiva de esta persona resignada y engañada que ve cómo todo en lo que creía se desmorona, que siente que la persona en la que más confiaba la ha engañado y decepcionado, que se queda sola o que tiene que decidir si perdonar lo imperdonable y tratar de restaurar una confianza totalmente quebrada o romper para siempre con una relación en la que ella (o él) sí que había puesto todo su amor y esfuerzo.

Claro que hay infidelidades que responden al cliché, parejas que están bien en la que uno de los dos parece siempre necesitar más y más y no se conforma con la monogamia que domina la sociedad en la que vivimos. Personas que sí que se juegan todo por un rato de placer, sin pensar demasiado en los demás, sin importarles demasiado el dolor que puedan causar o, quizás, seguros de que nunca serán descubiertos. Pero hay muchas otras situaciones que nadie contempla.

Pero en una infidelidad somos 3, (de ahí lo de que tres son multitud): la persona
engañada, la persona que es infiel y la persona que es amante, ese tercero en discordia al que también se tiende a culpar en demasía cuando, sinceramente, suele ser el menos responsable de lo que pase.

Y lo digo yo, que viví en su día esa amarga sensación de saberme luchando contra otra persona que quiere conquistar lo que, estúpidamente, creía mío, cuando no hay nadie que sea nuestro y, sobre todo, cuando realmente la persona que te ama de verdad no requiere que luches por su amor (no, al menos, en ese sentido) porque ya te ha elegido. Lo digo yo, que alguna vez pensé, cómo no, que era esa otra persona la culpable, por haberse metido donde no debía, por haber utilizado todas sus armas para convencer a la persona que estaba conmigo, por haberme “robado.” Pero es absurdo. Es cierto que cuando una persona es consciente de la existencia de una pareja puede parecer ruin y una falta total de respeto el hecho de intentar nada con la persona que ya está emparejada pero… hay varias lagunas en esa afirmación. La primera de todas es que el compromiso con la pareja la tiene la otra parte de la pareja y nadie más. Una persona ajena no tiene, necesariamente, por qué respetar a alguien a quién quizás ni siquiera conoce. Se puede tener más o menos respeto según para qué cosas (habiendo tantas personas solteras, me parece un absurdo intentar acostarse con alguien que ya tiene pareja) pero no para otras. Porque en ocasiones esa tercera persona no es el típico desconocido que aparece para ligar contigo y acostarse contigo una noche y se acabó. En ocasiones esa tercera persona es un amigo o una amiga que siempre ha estado ahí, una persona en la que confías y a la que quieres, en mayor o menor medida, una persona que escucha tus idas y venidas con tu pareja y que, quizás, aunque jamás te lo diga, siempre ha pensado que mereces algo mejor. Esa tercera persona jamás se acostaría contigo sólo por sexo, obviamente, porque sabe el problema que eso supondría para ti y tu pareja. Y, si lo hace, puede que sea porque esa persona también comparte contigo sus problemas de pareja y es un modo más de huir de todo. Esa tercera persona a veces forma más parte de la pareja que tu pareja misma y algo se cuela entre confidencias y tristezas compartidas. Y no, no es un demonio ni una persona fría y calculadora que se ha acercado a ti sólo con el fin de acostarse contigo. Quizás nunca lo pensó, como jamás lo pensaste tú. Pero somos seres humanos que podemos errar y, obviamente, esa tercera persona sólo tiene que responder ante su propia pareja (en caso de tenerla) y jamás ante la tuya. Cada uno tiene sus responsabilidades, (o eso creo yo, y repito que sé lo que es querer culpar a una tercera persona de la pérdida de tu pareja pero, en el fondo, hay que asumir que lo que haga tu pareja o no es única y exclusivamente responsabilidad de tu pareja. Por mucho que la otra persona pueda haber insistido o intentado cosas, si tu pareja te ama y quiere serte fiel, lo será y ya está.) Yo he sido amante de alguien que tenía pareja y, aunque obviamente no es la situación ideal, y aunque siempre fui consciente de que no era lo mejor que podía hacer, no me considero mala persona por ello. No hice nada para conquistar a nadie, esa persona vino a mí y yo no quise decirle que no. Quién le dice que no al corazón cuando está enamorado, por muy obvias que sean las razones para hacerlo…

Por otro lado, tampoco se analiza nunca qué ha podido pasar por la mente y el corazón del infiel. Se da por hecho que lo ha hecho porque sí, por debilidad del cuerpo o porque le da igual su pareja. Algunos dejan caer que sí, que puede que haya dejado de amar a su pareja, pero que aún así no es excusa porque en ese caso lo mejor es dejar a tu pareja y ya está. Curioso hablar desde fuera, porque a veces las cosas son más complejas de lo que parecen. En una pareja lo ideal es amarse y ser correspondido. Supuestamente así es como dos personas empiezan a estar juntas de verdad. Pero, con el paso del tiempo, ese amor puede mantenerse (sigue siendo lo ideal) o no y, sobre todo, puede ser igual de intenso y fuerte, aunque cambie de forma, o puede ir mitigándose y empezar a ser, tan sólo, la fuerza de costumbre. Ante eso muchos volverán a su primera teoría: romper la pareja. Pero cuando el amor que sentías deja de existir tan poco a poco, arrasado por la rutina, por las discusiones que no han llevado a ninguna parte, por los
errores de uno de y otro, por el orgullo tragado, por el dolor que hemos sufrido… es difícil entender que realmente el amor ha muerto y que lo que queda es, simple y llanamente, la necesidad de estar con la persona con la que llevas ya tantos años compartiéndolo todo. Para romper una relación hace falta mucho valor o una certeza absoluta de que es la mejor decisión porque supone romper con todo lo que conocías y quedarte solo en un lugar que es desconocido e incómodo para ti. Supone, además, romper con otras personas (familiares, amigos comunes que comenzaron siendo amigos de la otra persona…), con costumbres (la comida de los sábados, los paseos por la tarde…, con rutinas agradables (el mensaje de buenas noches, el saber que siempre hay alguien a quien contarle tus cosas, sean o no importantes)… y, por tanto, no es una decisión que se tome a la ligera. A veces, es que ni siquiera se nos plantea. Estamos tan situados en un lugar, con una persona, que por mucho que sintamos que algo está fallando, por mucho daño que nos hagan, por mucho que sepamos que podríamos ser más felices con otras personas, preferimos lo “malo conocido que lo bueno por conocer.” Y es ahí, en esa tesitura, cuando aparece “lo bueno por conocer” y nos descompone todo lo que habíamos creado hasta entonces. De nuevo los ingenuos dirán que vuelve a ser el momento para romper. Estoy de acuerdo, pero no siempre es sencillo y, ya se sabe, ser cobarde es parte de nosotros. Es ahí, en esa tesitura, cuando la persona con la que estás no te da lo que necesitas, cuando te sientes solo, abandonado, triste y, aún así, sabes que vas a luchar por intentar mejorar lo que tienes; cuando el hecho de que aparezca esa otra persona que te mira como si fueras especial, que te aconseja, que te mima, que te entrega todo eso que te falta en tu pareja, te hace cometer ese pecado que nadie duda en señalar: ser infiel. Y sí, engañas a tu pareja y muchos dirán que te engañas a ti mismo por seguir con alguien a quien no amas cuando hay otra persona de por medio pero eso vuelve a ser simplificar mucho las cosas. Porque puedes seguir amando a tu pareja pero vivir desencantad@ y enamorarte sin querer de la otra persona aunque no lo suficiente como para dejarlo todo por él/ella. Tarde o temprano la situación se aclarará y me dirá todo el mundo que mientras tanto, mejor no engañar a tu pareja pero… a veces el corazón dicta las normas y cuando sientes que la persona que tendría que hacerte feliz no lo hace aunque desearías que así fuera y que otra persona, que quizás no es la que quieres que lo haga, te hace feliz, no te queda otra que ser fiel a ti mism@ y a tu propia felicidad y dejarte llevar pensando, por una vez, sólo en ti. Ser fiel a ti mismo aunque eso suponga ser infiel a otros, que tu propia felicidad sea el objetivo esta vez, después quizás de tantos años en post de la felicidad de otro, aunque tu felicidad suponga, ahora, su desgracia. Ser egoísta, si se quiere ver así, pues parece que el amor propio está
siempre mal visto. Yo he sido infiel y sé que no es lo mejor que he hecho en mi vida pero, sinceramente, no me arrepiento. Sé que si volviera atrás en las mismas circunstancias, volvería a hacer lo mismo. Era lo que necesitaba en aquel momento de desesperación, aferrarme a alguien que me daba todo aquello que yo anhelaba en la persona que me acompañaba. Y no podía ni quería realmente dejar a mi pareja porque lo que quería era que fuera mi pareja quien me diera todo aquello. Pero no lo hacía y me refugié en alguien que me hizo feliz y que, por desgracia, no pudo darme nada más ni yo a él. Y no, no fuimos dos infieles que se regocijaban de lo que hacían. Y no nos divertimos por estar haciendo sufrir a una tercera persona (que por otra parte no sufría porque, ya se sabe, ojos que no ven…) ni nos sentimos orgullosos jamás de ello pero… sé que volveríamos a hacerlo porque era lo que queríamos. Era lo que necesitábamos. Era lo que nuestro corazón nos dictó, estuviera o no mal a ojos del mundo. Así que quién quiera juzgarme, mirarme por encima del hombro o criticarme por lo que hice, es bienvenido. Cuando sienta lo que yo sentí, cuando se vean en la situación en la que yo estuve, que me cuenten qué habrían hecho. Yo no me siento orgullosa pero tampoco arrepentida. No pretendo justificarme ni que nadie lo comprenda pero sí que nadie se crea mejor que yo porque, sinceramente, no me siento mala persona por lo que pasó.

Y, por último, nunca se pregunta a la víctima del engaño si entiende por qué le han hecho eso. Nunca se trata de dar la vuelta a la tortilla y pensar que quizás esa persona, ahora triste y despechada, no estaba “buscando”, de algún modo, que le pasara eso. Si no había descuidado de sobremanera a la persona con la que estaba. Quizás incluso él o ella fueron infieles antes de ser víctimas de una infidelidad. Quizás hubo tantos desplantes, tantas palabras dañinas, tantos enfados y discusiones absurdas que, sin que se diera cuenta, la otra persona fue viendo minado su amor y su confianza y, de algún modo, dejó de pensar que debía seguir teniéndole ese respeto, que tenía que guardar fidelidad aunque su corazón ya no lo exigiera, aunque su cuerpo y su alma chillaran por unas migas de amor, aunque fuera ajeno. Alguien me dirá ahora de nuevo que por muy mal que te portes con tu pareja, lo que tiene que hacer tu pareja es dejarte antes que engañarte pero… ¿qué pasa si no quiere dejarte? ¿Qué pasa si lo único que quiere es que le hagas caso, que le quieras, que vuelvas a mirarla/o como lo hacías al principio? ¿Qué pasa si en su lucha por encontrar lo que ya siente perdido las fuerzas se le acaban y encuentra en otros brazos lo que buscaba en los tuyos? ¿Es realmente sólo culpa suya? Hace años escuché a unos amigos instar al que era mi pareja a “cuidarme” porque si no “me iría con otro” porque, prácticamente “me estaba empujando a ello” y aunque en aquel momento di por hecho que eso no pasaría (no de nuevo), sé que era la esencia de lo que podía ocurrir. A veces amas a alguien lo suficiente para aguantar todo lo que te pase pero el poco amor propio que te queda lo inviertes en consolarte como puedes y yo tuve la suerte de contar con una fuente de amor adicional que, como ya he dicho antes, no podía llegar a más pero que fue, para mí, mucho más que un simple engaño a la vez que me sirvió para poder seguir adelante con todo sin dejar de hacer lo que mi corazón me dictaba: luchar por la relación añeja y ser feliz con los pequeños detalles que la otra persona me regalaba.

Así que sí, he vivido la infidelidad en las tres vertientes, podría decirse, y no me creo mejor ni peor que nadie. Ser infiel no es bueno y nunca, nunca sale bien. Pero a veces es una salida que, tarde o temprano, te lleva a tomar las decisiones que de otro modo se habrían quedado eternamente en el tintero. Sí, ahora pienso que tendría que haber dejado a mi pareja pero… eso es ahora, con la perspectiva del tiempo, con las cosas que han pasado, con los sentimientos actuales. En aquel entonces no sentía ni pensaba así y aquello fue, tan sólo, el inciso que necesitaba para que, tarde o temprano, todo estallara y se tomaran las decisiones oportunas. Acertadas o no, eso es otra historia…

Por otra parte, también tengo claro que no es cuestión de que se deba o no se deba hacer. Todos sabemos que no se debe ser infiel a la persona que quieres pero… ¿somos fieles por el motivo correcto? Ser fiel a alguien sólo porque es lo que hay que hacer es muy triste. Ser fiel debe ser algo natural, inherente a lo que ames. Sea o no tu pareja. Ser fiel debe ser algo que tú deseas y no una imposición social o de la persona con la que estás. Ser infiel no es bueno, ¡claro que no! Y nadie puede decir que ser infiel fue, como escuché alguna vez, bueno para la pareja. No lo es. Por mucho que sea una vía de escape, por mucho que pueda forzar decisiones que no hay valor de tomar de otro modo… Pese a todo, no, ser infiel no hace que una pareja se arregle ni, mucho menos, que se haga más fuerte, aunque a veces el resultado de una infidelidad sea un regreso al amor del comienzo, se entienda o no. Ser infiel no es bueno, no. Pero tampoco creo que sea loable ser fiel sólo porque se debe, aunque se desee con todas las ganas no serlo, aunque el único motivo por el que no se está con otra persona sea porque no se debe y no porque realmente uno no quiera. O, peor aún, ser fiel sólo por miedo a las consecuencias, a que “te pillen”, a que la otra persona se entere y te deje… no dice demasiado sobre nadie. Creo que la esencia de todo esto es que debemos ser fieles porque nos amamos, porque no nos apetezca compartir tanta intimidad con nadie más, ser fiel porque no queremos ni podemos ser infieles a nosotros mismos, a lo que sentimos, a lo que deseamos, a lo que amamos.

Yo, que en un momento de mi vida llegué a pensar que quizás era una persona infiel por naturaleza, he vuelto a mi ser y me he dado cuenta de que seré fiel hasta la muerte a la persona a la que ame y que me dé un poco de ese amor de vuelta. Porque cuando siento eso por alguien no necesito a nadie más, aunque no sea mi pareja, aunque no haya ningún contrato ni compromiso firmado. Aunque no sea lo que se espera de mí, aunque no tenga consecuencias. Es lo que siento y es lo que hago. Nadie tiene que pedírmelo ni tenemos que concretar si vamos o no a acostarnos con otras personas. No lo voy a hacer porque no quiero. Porque “te quiero.” Hoy tengo muy claro esta realidad que se me ha presentado como certeza no hace tanto. Mi naturaleza es ser fiel, porque cuando me enamoro mi corazón no me deja espacio para nadie más, aunque esa persona no me corresponda, aunque no seamos pareja, aunque no me haya pedido nada. Pero la experiencia me ha contado tantas cosas que aún teniendo claro que seré leal y fiel como un perrito de compañía a la persona a la que mi corazón decida (esté o no esa persona de acuerdo, seamos o no pareja); nunca juzgaré una infidelidad antes de conocer a las tres personas implicadas en ella, los tres lados de ese mismo triángulo del que, si sólo nos quedamos una parte, perdemos totalmente la perspectiva.

Por último, sólo una cosa: no juzguéis lo que los demás hagan porque, como dice el dicho: “si quieres juzgar mi camino, ponte antes mis zapatos.” Y, por supuesto, sed fieles siempre, siempre y sin excepción, a una única persona: vosotros mismos. A partir de ahí, el respeto y la fidelidad por las personas que te rodean, que te quieren y que lo merecen será una cuestión natural inherente a esa fidelidad y ese respeto a nuestra persona.

“Quizás la infidelidad sea un pecado de difícil perdón, pero la infelicidad es, sin duda, un pecado imperdonable.”

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