Hoy me he despertado triste. Triste, con una sensación
extraña dentro de mí, una especie de opresión en el pecho que hace tiempo
identifiqué como una tristeza profunda teñida de nostalgia y miedo. Sí, hoy me
he despertado triste.
Soy una persona optimista, así que supongo que aún en mi
tristeza sé que soy feliz. Sé que soy feliz porque tengo mil motivos para
serlo, porque en realidad esta tristeza mía no tiene un motivo concreto o
tangible y hay miles de ellos que sí lo son para sonreír así que, a pesar de
que me siento triste sé que, en el fondo, soy feliz. Y mañana será otro día y
seré un poco más feliz y así sucesivamente, hasta que pase algo (o quizás sólo
pase el tiempo) y la felicidad venza definitivamente a la tristeza.
Sin embargo, a pesar de ese fondo de felicidad racional que
mantengo para seguir a flote, hoy los ojos se me empañan en lágrimas casi sin
que me dé cuenta, incluso sin pensar en nada, preguntándome a mí misma qué me
pasa, contestándome mi mente y mi corazón, por una vez al unísono, que no lo
saben, o tal vez sí, y simplemente se avergüenzan y prefieren no contármelo.
Porque uno no puede engañarse a sí mismo realmente y hoy sé que estoy triste y
sé perfectamente por qué, aunque no comprenda a qué viene la fuerza de este
sentimiento en estos momentos, aunque las cosas sigan como ayer y como seguirán
mañana, aunque el motivo de mi tristeza sea el mismo motivo que días atrás,
quizás, me hizo sonreír.
Hoy me siento triste porque he pensado en los sueños que
tenía de niña, en esas cosas que daba por hecho que conseguiría en la vida y me
he dado cuenta de que esa vida soñada que pensaba que tendría sin problema
alguno se me escapa con el tiempo. Todos esos sueños de la infancia deberían
estar cumpliéndose ahora, cerca de mi madurez, y a cada día que pasa, sin
embargo, los veo más lejanos e imposibles.
Y sé que es culpa mía, por tener sueños que no dependían tan
sólo de mí. Pese a ello, como ya he comentado, sé que puedo ser feliz. Que debo
ser feliz.
Siempre quise ser maestra, dedicarme a enseñar. Tuve mis
dudas y variantes con respecto a qué y a quiénes, pero enseñar era lo que me
gustaba desde pequeña, cuando enseñaba a mis peluches las lecciones que yo
misma tenía que aprender. Quería enseñar y ya ves, más de dos años hace que
entré por primera vez en un colegio como maestra.
A lo largo de mi vida, sobre todo después del instituto,
(puesto que allí sí que formaba parte de un grupo bastante variopinto y
divertido de gente), echaba en falta formar parte de un grupo de amigos. Tener,
como en la serie “Friends”, un grupo de personas que fueran parte de mi
familia, con los que contar para todos los momentos de mi vida (buenos y
malos), personas a las que querer e incluso odiar a veces sin que ello mine
jamás lo que tenemos. Y sí, hoy en día me siento parte de un grupo de amigos,
incluso de más de uno. No tengo mil amigos pero los que están ahí sé que son
verdaderos y me siento muy orgullosa de ello.
Siempre formé parte de grupos de chicos y mis relaciones con
las personas de mi sexo eran muy escasas y deficientes. Las pocas veces que
intimé con alguna acabaron dando la razón a todos los estereotipos de los
chistes y monólogos sobre mujeres y me volví, quizás, un poco machista y
escéptica con respecto a la posibilidad de tener, alguna vez, amigas.
Confraternizar con chicos me ha enseñado muchas cosas y a ellos les debo ser
como soy (de lo cual me siento muy orgullosa), pero la vida finalmente me dio
la oportunidad de tener contacto con chicas y de formar parte de pequeños “grupos”
de chicas con las que hablar, cotillear, maquillarnos, hacernos fotos… y hacer,
en fin, lo que las chicas hacen. Y sí, también en esto soy afortununada y lo
soy en más de un sentido, puesto que tengo amigas y cada una de ellas, desde su
parte del mundo, su edad y su visión de la vida, aporta riqueza a mi existencia
y me feminiza en cierto modo.
Y… ¿qué más se puede pedir?
Recuerdo que una vez un amigo me preguntó si era feliz y le
dije que sí. Me preguntó si era feliz al 100% (bien sabía él que no era así) y
le dije que seguramente no. Me dijo entonces que analizara las cosas que podían
hacer o impedir que así fuera. Me preguntó por la familia y le dije que estaba
muy feliz con la que me había tocado, al menos la cercana, la que cuenta, la de
verdad (en mi caso, así es). Es cierto que me encantaría formar parte de
ciertos momentos familiares, que la distancia y lo que no es distancia impiden,
en muchos casos, una cercanía que me gustaría (o que me habría gustado en algún
momento de mi vida) y que envidio de otras familias pero… creo firmemente que
no me puedo quejar. Mis padres, mi hermano… están ahí, pase lo que pase, y esa
es mi verdadera familia. La mía.
Entonces, mi querido y sabio amigo me preguntó por el
trabajo. En aquel momento no tenía pero le dije que estaba convencida de que
conseguiría trabajar de lo mío tarde o temprano. Ahora podría decirle que el
trabajo me va bien, con sus más, con sus menos; con los días en los que pienso
que debería dedicarme a otra cosa, que jamás voy a lograr tener el índice de
autoridad estipulado para ser lo que soy; con los días en que llego a casa con
una sonrisa en los labios y segura de haber hecho lo que tenía que hacer. Al
fin y al cabo, mi trabajo no es sólo un trabajo, es parte de mi vida y de lo
que soy yo.
“Pues piensa entonces en los amigos.” Me dijo él. Me hizo
meditar sobre si estaba contenta con las (escasas) amistades que en aquel
entonces tenía y llegué a la conclusión de que sí, convencida de que poco a
poco conseguiría tener lo que deseaba, ese grupo de amigos que puede con todo y
que está en las duras y en las maduras. Amigo, ya ves, ahora sí lo tengo, formo
parte de varios mundos y me siento muy feliz y muy afortunada de que todos
ellos formen también parte de mi existencia.
“Así entonces, teniendo en cuenta que la salud está bien,”
(y sí, cruzo los dedos, sé que esto es lo primero y sigo estando bien en ese
sentido, con mis “achaques”, como todo el mundo, que la juventud de hoy en día
tiene de todo, pero nada subrayable, nada de lo que preocuparme) “lo único que
nos queda es el amor.” Si mi amigo volviera a sentarse conmigo en el coche, si
tuviéramos esta charla de nuevo, supongo que, pese a que el resto de los puntos
eran positivos en aquel entonces aun no habiéndolos encontrado, este punto
seguiría más o menos igual. En aquel entonces yo estaba enamorada de alguien
que no podía ser y me sentía atrapada en una relación a la cual ya no sabía si
me ataba realmente amor, cariño, costumbre o falta de valor para romper con
todo lo conocido y empezar de nuevo. Tenía miedo de ser infeliz, de estar
conformándome y, sobre todo, de estar perdiendo a una persona importante para
mí sólo por el miedo a hacer algo incorrecto. Vuelvo a aquel viaje en coche y
sé que ahora mismo, con todo lo que ha mejorado y cambiado mi vida, seguiría
siendo consciente de que es este punto el que, de cuando en cuando, prende
chispa en mí y hace que, como hoy, me despierta con una sensación de tristeza a
mi alrededor.
He cumplido muchos de mis sueños y otros he hecho lo que se
ha podido. Quería ser actriz famosa pero no me atormenta no haberlo conseguido.
Daba por hecho que era un sueño muy complejo y, aún así, he hecho todo lo que
estaba a mi alcance: teatro, monólogos… incluso he grabado un corto. Quería
hacer conciertos y ser una cantante conocida, pero ante la ausencia de un buen
manager en mi vida, he actuado en escenarios, micrófono en mano, cantando
incluso mis propias canciones, aunque nadie las conociera, aunque nadie pudiera
seguir la letra o cantarlas conmigo. Quería compartir mis libros y escritos con
el mundo y bueno… Tengo mi blog, aquí presente, libros, relatos y poemas
escritos, he participado en algunos concursos y gracias a ellos he visto en
algo parecido a un libro impreso algunas de las letras que salieron de dentro de
mí. Así que… por qué no, dentro de la imposibilidad de estos sueños, creo que
he cumplido la posibilidad de los mismos.
Pero… me quedan en el tintero, quizás, los sueños por los
que no puedo hacer nada. Ni estudiar una carrera, ni seguir luchando, nada.
Sueños que, obviamente, están relacionados con otra persona, sueños que
dependen de que alguien llegue y quiera soñar conmigo. Los sueños que di por
hecho… Siempre supe que era muy probable que no fuera famosa, no me preocupé
demasiado en mi futuro laboral, confié en que los amigos llegarían y se
quedarían si sabíamos cuidarnos mutuamente…
Y… siempre di por hecho que me casaría y tendría hijos. Así,
como por arte de magia, no sé. Es algo que todo el mundo hace, ¿no? A algunas
personas les hace mucha ilusión, otras no piensan en ello… Para mí, es parte de
mi futuro, de lo que siempre quise ser: esposa y madre. No soy antigua, quiero
ser mucho más, sé que soy mucho más pero… eso eran cosas que quería ser aparte
de todo lo demás.
Tengo tiempo para hacerlo, claro está. No es que quiera
casarme mañana, ni pasado pero… Hay días, como hoy, que me paro a pensar y
pienso que es posible que ese día no llegue nunca. Que no encuentre a alguien
que quiera compartir ese sueño conmigo. Que siga enamorándome de amores imposibles,
que siga aferrada a sueños que no van a cumplirse jamás. Que calle por miedo de
nuevo perdiendo de nuevo oportunidades que la vida podría ofrecerme. Que aún
sin callar, me toque perder sin más. Que me haga demasiado mayor para cumplir
determinados sueños. Y tengo miedo, supongo. Miedo porque para mí esos sueños
eran quizás una de las partes fundamentales de mi vida y no sé cómo podría ser
mi futuro si carezco de ellos hechos realidad. Y esta vez algo ha cambiado con
respecto a aquella conversación antaña: ya no necesito estar con nadie para ser
feliz, ya no es cuestión de que me sienta incompleta o incómoda conmigo misma.
Es más, adoro la libertad que he tenido y he aprendido mucho en estos tiempos
pero… quiero más. Quiero cumplir ese sueño. Algún día. Saber que es posible.
Saber que no se me va a hacer demasiado tarde. No sé. Tener alguna certeza en
una vida que ya me hace dudar demasiado. A estas alturas de la vida creía que
iba a ser de una manera y no lo soy. Quizás haya sido mejor así, no lo dudo,
pero a veces me pregunto si quizás estos sueños son ahora o nunca. Si el tiempo
no será implacable conmigo.
O quizás no es el sueño roto lo que me duele, porque no está
roto aún, claro está, porque aún queda mucho tiempo. Quizás es sólo miedo a las
cosas que ya siento o sueño, quizás sólo lloraba hoy sin sentido aparente
porque algo me dolía más de lo necesario, porque la realidad que pinto a veces
destiñe, no sé.
Aún así, no pasa nada, soy feliz. Soy feliz porque no hay
certezas, ni para bien, es verdad, pero tampoco para mal, así que soñar sigue
siendo gratuito y posible. Soy feliz en mi tristeza y mañana, quizás, sea el
primer sentimiento más fuerte que el segundo.
Y es que quizás hubiera sido más sencillo recordar que en
estos días miles de hormonas adicionales recorren mi cuerpo recordándome que
soy mujer, ahora más que nunca, y quizás sean ellas las que lloren y no yo.
Quizás sean ellas las que hoy se hayan despertado más tristes de lo que
deberían y escriben todo esto…