Hace mucho que no
escribo nada en mi pequeño blog y hace unas semanas que esta “historia” me
ronda la cabeza así que, qué mejor lugar para exponerla que éste, mi pequeño
rincón.
Antes de entrar de
lleno en el tema del que quiero hablar me gustaría aclarar que vivo con dos
perros. Una de ellas es mía, la adopté cuando apenas tenía tres meses y ahora
va a cumplir seis años. Forma parte de mi casa y de mi familia, la quiero, cómo
no, porque siempre está ahí, para bien o para mal, porque yo escogí tenerla y
le debo cuidado y cariño; la quiero, sí, pero con un amor que no se puede
comparar con el que siento por familiares o amigos, porque es un animal, no una
persona. No es mi hija, ni mucho menos, ni mi hermana ni mi amiga.
Es mi perra, y no, no
la golpearía (más allá de los zapatillazos que se lleva cuando me la lía) ni la
maltrataría al igual que no golpearía ni maltrataría a ningún miembro de mi
familia o de mi grupo de amigos. Me encanta que por las mañanas se tumbe a mi
lado y me dé los buenos días “a su manera”, me encanta llegar a casa y saber
que va a estar ahí, en la puerta, ansiosa por verme (sea por la razón que sea),
me fascina cómo intuye cuando estoy triste o enferma y se queda a mi lado,
quietecita, sin querer separarse de mí, como si supiera que estoy mal y
quisiera darme ánimos. Es “mi” perra y por eso la quiero más que a cualquier
otro animal de este mundo. Pero, aunque soy consciente de que a veces la trato
como a un bebé, aunque la he malcriado y le he consentido mil tonterías, nunca
he dejado de pensar que es un perro. Ya entenderéis por donde voy más tarde.
La otra perrita con la
que convivo es de mi hermano. Se la encontró abandonada, atada a la farola de
un bar a las dos de la mañana. Podéis indignaros, criticar al que lo hizo, llevaros
las manos a la cabeza… ya casi lo veo. Pero, sinceramente, no sé por qué debería
sorprendernos. El ser humano es el único capaz de hacer daño por hacer daño,
¿hace falta de verdad que sea contra un animal para que nos demos cuenta de
ello, para que nos indignemos, para que reaccionemos?
Llevo mucho tiempo
viendo en el Facebook, Twitter y otras redes sociales, así como en los medios
de comunicación, denuncias sobre el maltrato animal, mensajes de auxilio para
adoptar, mensajes indignados contra el abuso o el abandono… Lo comprendo. Lo
comprendo perfectamente. El ser humano, como teóricamente el único ser dotado
de raciocinio, debería mostrar precisamente eso, humanidad, y no utilizar su
fuerza o su superioridad racional para hacer daño a otros animales. Pero lo
hace. Y, como he comentado anteriormente, no sé de qué nos sorprende. De hecho,
esta es la razón por la que necesito escribir esto.
Creo que desde hace
demasiado tiempo ya hemos perdido totalmente el juicio con estos temas. Me
alegra ver que existen personas que se apiadan de los animales, de alguna
manera habrá que compensar por aquellos desalmados que los maltratan, abusan de
ellos, los abandonan o los matan directamente. Pero… ¿hasta qué punto? Es
decir, ¿no parece que nos estamos preocupando más por los animales que por
otros seres humanos?
Cada vez que veo la
foto de un toro malherido y lleno de sangre se me ponen los pelos de punta. He
tenido que asistir a alguna corrida de toros y, más allá de los primeros
minutos, en los que toro y torero bailan en igualdad de condiciones, el resto
me ha parecido una brutalidad contra el pobre animalillo, una lucha completamente
desigual en la que, sinceramente, me parece que el que más conexión logra con
el toro es, precisamente, el torero, aunque parezca mentira. No estoy de acuerdo
con acabar con este “arte” pero sí creo que habría muchas cosas que cambiar. Sin
embargo, y a pesar de que aún recuerdo la tierra llena de sangre del todo que
cayó frente a lugar donde estaba yo sentada, no puedo entender cuando alguien me
dice que ojalá el toro cogiera al torero y lo matara. No soy de las que se echa
las manos a la cabeza cuando el toro coge al torero, me parece que es parte de
su oficio y que el torero lo sabe. La mayor parte de las veces, va a ganar él,
pero hay un porcentaje de posibilidades de que sea el toro el que tenga suerte
en la batalla. Pero, ante la muerte de un animal o de una persona… No creo que
haga falta decir nada más.
perrito o un gatito que
ha convivido contigo aunque sólo sea unos meses, son seres que te dan una compañía
y un cariño bastante particulares y me parece muy poco humano dejarlos atrás
sin más, habiendo otras alternativas siempre (la primera de todas, no tenerlo
si no sabes qué vas a hacer con él después). Ya ni hablemos del maltrato,
porque creo que cualquier forma de maltrato es muy poco humana, cuanto más a
seres indefensos (un niño, un anciano, un perrito pequeño…), porque es de
cobardes. Pegar a un ser que no se va a defender es de cobardes y, sin duda, un
animalito que se ha criado contigo y que confía en ti no lo va a hacer (a
excepción de la mía, pero bueno, es que mi perra requeriría un blog entero para
ella sola). Pero… ¿acaso no hay mujeres y hombres maltratados por sus parejas?
¿Acaso no hay padres (incluyo aquí a las madres, lo del género de las palabras
no es lo mío) que golpean a sus hijos? ¿Cuántos bebés recién nacidos son
abandonados por ahí? ¿Cuántas noticias hemos escuchado de bebés al borde de la
muerte por una paliza del padre, la madre o la pareja de alguno de ambos? Hoy en
día, después del caso de José Bretón y de otros tantos que han matado a sus
propios hijos a sangre fría, no sé cómo puede sorprendernos que un ser humano
golpee a un animal.
Algunos me saltarán que no es lo mismo, que los animalillos
son seres indefensos y que alguien tiene que velar por ellos pero… ¿de verdad
no están indefensos esos bebés, esas mujeres y hombres maltratados previamente
psicológicamente, esos niños que confían en sus familiares? Voy a ir más allá,
el ser humano sigue entrando en guerras, sigue habiendo asesinos, secuestradores
y violadores que hacen daño a personas que ni conocen solo por el placer de
hacerlo, sin duda, desequilibrados mentales, sí, pero… si hay personas que hacen
daño a otras personas, ¿cómo podemos siquiera pensar que no va a haber personas
que hagan daño a otros animales que no son de su especie?
Y sí, creo que aquí es
donde está el meollo de lo que quiero decir. Soy de las primeras que admite que se me cae la baba con un cachorrillo de perro o gato, que se agacha para tocar cualquier animalillos que se ponga por delante, que mira con lástima los animales tras los cristales de las tiendas de animales preguntándome si realmente estarán bien o no, Me siento orgullosa de esas
personas que dan la cara por otros animales, de esos seres “indefensos” que,
aunque sin duda son más fuertes que nosotros (leones, osos, tigres, elefantes…
¿quién duda de su superioridad física? Y, pese a ello, siguen sufriendo el
maltrato en circos, siguen encerrados en jaulas en algunos zoos, siguen siendo
cazados y subyugados por el ser humano, sin duda, inferior si nos enfrentáramos
cuerpo a cuerpo con ellos), tienen la desventaja de no pensar, de no razonar,
de no tender trampas ni intuirlas. Pero creo que, ante todo, deberíamos estar
nosotros. Nosotros, los humanos. Entiéndase por humano todos los seres humanos
que ejercen su humanidad. Para mí hay personas que han perdido esa categoría,
que conste. Pero el resto, sigue estando por delante de los demás animales,
aunque sólo sea por compartir conmigo la especie. Sí, tenemos razón y podemos
elegir, claro está. No somos igual que el resto de los animales pero… ¿de
verdad tenemos que elegir? Quiero decir, ¿hasta qué punto se antepone la vida
de un ser humano (vuelvo a recalcar que para mí es todo aquel que aún conserva
su humanidad) a la de un animal?
Ojo, no estoy diciendo
que los que defienden los derechos de los animales no piensen en las personas,
esto no es un juicio contra las denuncias ante el maltrato animal porque creo
que es necesario que salga y que salga de nosotros, los humanos (si los
animales se pudieran defender en ese sentido, no seríamos los únicos seres
vivos dotados de razón). Sólo estoy diciendo que, por favor, no perdamos la
cabeza, no nos excedamos con ciertos límites. Que no olvidemos que somos
humanos y que hay miles, millones de seres humanos en este mundo que lo están
pasando mal, que están sufriendo, que necesitan ayuda también y que, tal vez,
están siendo olvidados. Personas que están perdiendo su hogar, que no tienen
que comer, niños que no tienen regalos por Reyes, niños que no tienen que
comer, otros que carecen de las vacunas necesarias, algunos que morirán sin
dejar de serlo, tan pronto, tan antes de tiempo…
He comenzado diciendo
que quiero a mi perra, sí, la adoro. Pero, por mucho que me doliera, por mucho
que sé que viviría siempre con esa imagen en mi mente, si tuviera que elegir
entre ella y un ser humano… no habría duda. El ejemplo típico es el del
precipicio, supongo, si tuviera a cada uno en una mano y sólo pudiera sostener
a uno, ¿a quién soltaría? Sé de personas que dirían que soltarían a la persona
porque su perro es como su hijo pero… por mucho amor que le tenga (y que conste
que es muchísimo, que a veces sueño que le pasa algo a mi perrita y me
despierto muy agobiada), un ser humano es un ser humano y no se puede elegir.
Por suerte, no hay precipicios a la vista y la elección no es necesaria.
Realmente, nunca lo es,
por suerte, y podemos ayudar a animales y seres humanos por igual. Así pues,
sin desear que esto sea una crítica para los que dan la cara por los
animalillos que lo merecen, por favor, no perdamos nunca de vista qué somos. Y
que, ante todo, estemos nosotros como seres humanos. Somos la única especie que
se autodestruye a sí misma así que, si queda alguien con humanidad suficiente
para apiadarse de otra especie, espero que haya esperanza para la humanidad en
sí. Como decía aquel anuncio, “el ser humano es el único que puede salvar a
otro ser humano.”
Y en nuestras manos
está salvarnos… y salvar al resto.