Hay amistades que no deberían existir aunque tal vez sólo sea
por una diferencia generacional evidente. Personas a las que nunca deberías
haber conocido en ciertos ambientes. Sentimientos que nadie apostaría pudieran
nacer.
Hace ya casi seis años yo era maestra de prácticas en un
colegio de mi pueblo. Allí, di clases a niños de 12 años (6º de Primaria)
durante casi seis meses. Los vi prepararse en su último año de colegio, los
acompañé a que vieran el que sería su futuro instituto y vi, emocionada, cómo
se graduaban en fin de curso. Junto a aquellos niños a los que acompañé al
final de aquel camino que habían comenzado con tres años, se graduaban otros
dos cursos de 6º. Observé a todos los chicos y chicas, aunque sólo el 6º al que
yo conocía significaba realmente algo para mí. No reparé en ninguna niña de
pelo claro y ojos azules que, seguramente, subió al escenario al lado de los
míos. No me fijé en su mirada dulce o su aire angelical. Si algo pudo llamar mi
atención de ella, no lo recuerdo. Era una niña de 12 años y yo una joven de 22.
Diez años eran una barrera excesiva y esos niños y niñas sólo podían ser mis
alumnos y alumnas o los alumnos y alumnas de otros maestros. No había otro
término posible para la relación que podríamos haber establecido entonces.
Jamás pensé que pudiera haberlo.
Seis años más tarde, al amparo de una serie que nunca vio la
luz, me presentaron a dos chicas de 17 años que en principio iban a ser, tan
sólo, compañeras de “reparto”. Ninguna de ellas me resultó familiar, ninguna de
ellas era conocida mía. Estudiantes de su último año de instituto cuando yo
acaba de comenzar a ejercer como maestra, parecían algo alejadas de mi mundo
pero no tanto como para no poder llevarnos bien y compartir algunas horas de
nuestra vida. Tampoco reparé en aquellos ojos azules de mirada angelical de una
de ellas…
El tiempo pasó y, sin que ninguna de nosotras lo esperáramos,
se creó un vínculo que ninguna hubiéramos podido imaginar. Nos convertimos en
tres jóvenes locas y divertidas que compartíamos secretos, momentos de
diversión y de llantos, fiestas y dramas, vídeos sin pudor y algún que otro
viaje. Nunca me planteé que, años atrás, aquella amistad habría sido
surrealista. Nunca hasta que aquel chico se acercó aquella desenfrenada noche
de feria y su rostro familiar me hizo preguntarme quién era. Nunca hasta que él
mismo me reconoció como “su seño”. Entonces, algo encajó. Aquellas dos almas
que habían entrado en mi vida para formar parte de ella habían sido, seis años
atrás, niñas de 12 años mientras yo daba clases a otros niños de su edad.
Podrían haber sido alguna de mis alumnas, algunas de aquellas pequeñas
criaturas que me confesaban sus primeros problemas pre-adolescentes, aquellas
que se liaban con las matemáticas o que cometían todavía ciertas faltas de
ortografía. Una de ellas, de hecho, había subido al escenario aquella tarde ya
tan lejana a graduarse junto a los que sí habían sido alumnos míos. Sólo una
cuestión de casuística (que me dieran un 6º para mis prácticas y no otro) había
hecho que no lo fuera. En aquel entonces jamás me habría planteado ser amiga de
ninguna de mis alumnas. En aquel entonces nunca habría imaginado salir a
bailar, a beber o a desfasar con ninguna de ellas, por mucho tiempo que pasara.
Era tan absurdo…

Sin embargo, mis niñas, mis supernenas, aquí estamos, ¿no?
Diez años de diferencia que siguen siendo diez años, pero que ahora no parecen
tan infranqueables. Para algunos será una amistad que aún carece de sentido o
que es tan sólo temporal. Yo no puedo prometer que sea para siempre, si algo he
aprendido de la vida es que la única persona que va a estar contigo hasta el
fin de tus días eres tú misma. Sin embargo, ahora son personas fundamentales en
mi existencia que sé que piensan en mí con el mismo cariño y amor con los que
yo pienso en ellas. Sé que se preocupan por mí, que saben cuándo estoy bien y
cuándo mal y que pueden comprender muchos de mis gestos sólo con mirarme.
Apenas hace un año que nos conocemos pero, de algún modo, hemos vivido muchas
cosas. Y no, no se trata sólo de divertirnos, no se trata sólo de pasar el
rato, no se trata de haber encontrado compañía o alguien con quien salir. Esos
abrazos cuando nos vemos, esos besos sinceros, esas conversaciones que pueden
durar horas…
El verano terminó de forjar una amistad que nació días antes
de Semana Santa. Fuimos al Foster (mítica foto con las faldas azules),
compartimos días de arena y descontrol en la playa con los perros, nos hicimos
fotos preciosas en la Chullera… y, cómo no, vivimos mil noches y una más en el
puerto y el Tolone y, cómo olvidarlo, en la feria. Terminamos aquel verano en
Almendralejo y compartimos cinco días completos, incluyendo Aquapark y un
videoclip que, espero, será el primero de unos cuantos J No podía
dejar de dedicaros un pequeño espacio aquí, en mi lugar secreto del mundo, el
lugar donde me dejo llevar y expreso lo que siento. No podía dejar de daros las
gracias por haberme hecho formar parte de este trío que montamos. Por ese
cariño inmenso que compartimos y por todas las aventuras que aún nos quedan por
vivir. Que sean muchas y mejores, es lo único que puedo desear por ahora.
Hay amistades que no deberían existir aunque tal vez sólo sea
por una diferencia generacional evidente. Pero, a ciertas alturas de la vida,
la edad se convierte sólo en un número, y el corazón elige a quién quiere tener
a su lado, aunque mi cuerpo tenga una decena más en su haber que el vuestro. Y
mi corazón (como el vuestro) ha decidido embarcarse en esta amistad sin que
importe el año en que nacimos, sin preocuparnos si nuestros hijos podrán jugar
juntos o serán los míos los que cuiden a los vuestros (o al revés, nunca se
sabe), sin que nos agobie en exceso pensar en el futuro. Al fin y al cabo, si
hace seis años nuestra amistad hubiera sido imposible, y ahora tan sólo era
poco probable… de aquí a seis años será, tan sólo, una amistad como otra
cualquiera entre chicas de edades apenas discrepantes.
Mis niñas, mis amores, mis supernenas… os quiero, ya lo
sabéis. Las arrugas nos surcarán la piel a las tres algún día y dejará de
importar, sin duda, a quién le salieron primero… J